Quantcast
Channel: LAS HORAS
Viewing all 942 articles
Browse latest View live

EL AMOR NO TIENE GÉNERO, PERO SÍ FIN

$
0
0
La vida de Adèle, 
Abdellatif Kecchiche, 2013


El cine, la literatura, el arte en general, llevan siglos hablándonos del amor. Tratando de apresar las extrañas componendas que hace que esa mezcla de deseo y necesidad, de posesión y entrega, nos haga deambular en muchas ocasiones como seres a la deriva. Del éxtasis al naufragio. Porque tal vez nuestra mayor resistencia sea la de asumir que el amor tiene fin, que es un período, un proceso, más que un estado. Que es imposible mantenerlo en su llama viva de manera eterna. Que a lo sumo, y con suerte, se transforma en otro sentimiento. A veces, tristemente, en rutina.

LA VIDA DE ADÈLE nos vuelve a contar una historia de amor, con su principio y su fin, en dos capítulos que nos muestran con toda su desnudez la euforia y la caída. Durante tres horas de metraje asistimos a la pasión compartida por dos mujeres que nos muestran con su rostros, sus cuerpos y su inteligencia cómo se desean, se comparten y cómo se necesitan. Y también al final como es imposible sostener la calentura que hace que el tronco siga ardiendo. Como los días van enturbiando las necesidades, los deseos, el ansia... Como el tiempo quita el velo y nos deja desamparados. De ahí en ocasiones nuestros intentos de volver al lugar donde fuimos felices, algo que como bien nos aconseja Sabina-Ana Belén en "Peces de ciudad" es algo que nunca deberíamos haber. Algo que la película nos muestra de manera desgarradora en la maravillosa escena del café donde las dos mujeres se reencuentran, se tocan, se besan, pero no pueden resucitar lo que ya no existe. Una escena que por sí sola nos habla de la intensidad de una película que, tras su visión, te persigue durante horas y horas...

Se ha hablado mucho de esta película por sus escenas eróticas, por como muestra de manera directa y sin esteticismo vacuos el deseo de dos mujeres, pero no creo que eso sea lo más valioso ni principal de ella. Incluso me atrevería a decir que el director cae en muchos tópicos - se nota que es un hombre que mira la pasión femenina y se regodea en ella, no sé si la hubiera rodado de la misma manera si hubieran sido dos chicos los protagonistas -  y se deja llevar por una mirada excesivamente heteronormativa. Pero, insisto, más allá de alguna escena, de algún detalle, no creo que el eje central de la película sea el lesbianismo o el amor entre personas del mismo género. Quizás en este sentido lo que merece más la atención es que el personaje de Adèle es bastante queer, es más bien una mujer que se hace y se deshace, que siente pasiones distintas y que todas ellas la definen, por más que la veamos encajada en los barrotes del binarismo sexual.  Y la homofobia que despierta su relación, y que la propia Adéle siente internamente, acaba siendo sólo un detalle accesorio.


Lo más relevante de esta película no es tanto la frase que dice un chico en una discoteca gay - "el amor no tiene género" - sino más bien la reflexión sobre el amor como una historia que acaba y que termina. Que nos eleva al cielo pero que también nos hiere. A veces tanto que nos deja medio muertos para el resto de nuestras vidas. El amor como salvación pero también como enfermedad. Y todo  ello narrado de manera elegante, desnuda, con escenas y diálogos que, desde su pequeñez y cotidianiedad, nos dan las claves perfectas del contexto y los personajes. Un milagro que no habría sido posible sin las dos mujeres que lo protagonizan. Las actrices Adèle Exarchopouos (Adèle) y Léa Seydoux (Enma) logran el prodigio de que su deseo, su fuego, pero también su dolor, nos interpele directamente. Sus miradas, sus cuerpos, sus lágrimas. A través de ellas, y con ellas, también nos sentimos parte de sus dos capítulos. En ese péndulo que nos lleva desde la alegría de desear y sentirnos deseados al pozo hundo en el que caemos cuando el amor llega a su fin. El cine, una vez más, como ese espacio y ese tiempo en el que una mirada ajena nos abre en canal la nuestra y nos hace sentir las luces y las sombras que nos confirman en la imperfección.



EL OMBLIGO

$
0
0
Las fronteras indecisas
Diario CóRDOBA, 11-11- 2013


Escribo estas líneas cuando aún no se ha celebrado la conferencia política de un PSOE que pasa sin duda por sus peores momentos. A la expectativa de cuáles puedan ser las ocurrencias que dicho cónclave nos depare, debo confesar que a estas alturas no espero mucho de un partido que lleva años hundido en sus propias miserias. Una situación dramática para la salud democrática de este país y , muy especialmente, para los que deseamos encontrar un referente al que agarrarnos y que nos permita confiar en una manera distinta de gestionar lo público.
Aunque estos días se ha insistido mucho en que el problema del PSOE es la falta de liderazgo y de ideas, yo diría que más bien su problema es de ombligo. Lo cual nos remite a la raíz honda que explica la desafección de la ciudadanía no con la política sino con una clase política que hace tiempo se instaló en una torre de marfil y creó un lenguaje que dista mucho del que se habla en la calle. Además del desconcierto que el actual momento económico ha supuesto con carácter general para una izquierda que ha visto limitadísimas sus posibilidades de maniobra, el gran problema del PSOE ha sido y está siendo su progresivo ensimismamiento, su desconexión de las verdaderas preocupaciones de la ciudadanía, el excesivo regodeo en sus propias sombras y la ausencia de mujeres y hombres capaces de ser constructores de alternativas y no meros transmisores de eslóganes. El partido ha sido incapaz de cerrar capítulos, de poner fecha de caducidad a líderes amortizados y de iniciar un nuevo relato de la mano de políticos/as que, ahora más que nunca, entiendan que su dedicación pública es un servicio y no una profesión. Un mal que el partido sufre desde la raíz, es decir, desde los ámbitos locales en los que los ciudadanos contemplamos con estupor como el timón es llevado por personajes sin oficio conocido y con una altura intelectual y profesional que los invalidaría directamente para cualquier otra actividad pública lejos del pesebre. Si a eso añadimos la complicidad, por acción u omisión, de todos los que, por ejemplo en Andalucía, se han beneficiado y se benefician de las clientelas generadas, tenemos el cóctel perfecto para alimentar la parálisis y un estado reaccionario que tan mal casa con el que debiera ser el espíritu de un partido progresista.
A esta altura del drama que estamos viviendo, y que no es sino resultado del desmantelamiento del Estado social y de la precariedad progresiva de unas conquistas que pensábamos irreversibles, los ciudadanos estamos hartos de discursos disfrazados de ideas, de representantes más preocupados por las luchas internas que por la búsqueda de alternativas, de estructuras oligárquicas que hacen lo contrario de lo que predican. Baste con recordar el simulacro de primarias andaluzas que hace que muchos dudemos de la virtualidad de un mecanismo que, aún debiendo ser la regla en cualquier partido democrático, puede convertirse en la práctica en un pretexto más para que el debate interno se centre en las tensiones entre candidatos "inteligentes" y "tenaces" --hay que ver cuánto le sigue costando al patriarca reconocer la inteligencia de las mujeres--, en lugar de afrontar el verdadero reto. El que debería marcar las sendas por las que transitaría una izquierda que anda desnortada en este mundo globalizado y que parece haber perdido la brújula de sus movimientos que no debiera ser otra que la igualdad. Todo lo que no lleve a ese objetivo estará condenando de nuevo al PSOE a seguir cuesta abajo y sin frenos, para alegría de un PP crecido y desgracia de unos votantes huérfanos. Un círculo vicioso del que los socialistas no saldrán hasta que dejen de mirarse el ombligo y alcen la vista para mirar de frente a una ciudadanía que asiste herida al triunfo del mercado sobre la política.

UNA INFANTA EN SAN FRANCISCO

$
0
0
Blue Jasmine
Woody Allen, 2013

Continúa siendo un placer, aunque en las ciudades como Córdoba cada vez no lo pongan más difícil, aprovechar la tarde de domingo para disfrutar de la magia de una sala oscura y de una pantalla que nos sirve como espejo y ventana a la vez. Es uno de esos placeres que no cambiaría por nada... caminar por la ciudad casi desierta, abandonar el centro tristón de una tarde fría, y reencontrarte con un maestro como Woody Allen que, al fin, vuelve a dar lo mejor de sí tras sus mediocres postales europeas. Y lo hace con una película que, sin duda, y con el tiempo, quedará como documento del  tiempo de crisis que nos ha tocado vivir. Una crisis que está afectando a todos, aunque de distinta manera según el punto de partida del que cada cual gozaba antes de la hecatombe, y que sin duda hará que ya nunca las cosas vuelvan a ser como antes.

Woody Allen pone el foco en una mujer que podríamos identificar como muchas que en nuestro país en los últimos meses ocupan portadas. Una mujer que ha nadado en la abundancia, desde su perfecto papel de "señora de", que renunció en su día a construir su propia vida y prefirió convertirse en el apéndice de un triunfador. En la mujer de uno de esos muchos hombres corruptos que durante décadas fueron los privilegiados del sistema, los artífices de todas las trampas, los que finalmente fueron cayendo presas de su propia ambición. Y Allen plantea, entre otras muchas cuestiones, si desde esa posición Jasmine, que se llama justo como una heroína de Disney, tuvo o no alguna responsabilidad en los excesos e ilegalidades de las que se benefició aunque ella decía ignorarlas.  Como en sus mejores películas, aunque sin llegar a la hondura de obras maestras como Delitos y faltas o  Match point, el director infatigable nos presenta personajes llenos de dobleces, prisioneros de dilemas morales y, al fin, como la mujer triste y azul de esta historia, perdidos en el fango de sus propias miserias. Las que por ejemplo sacuden a muchas mujeres que pasan a veces la vida entera bajo el engaño que les permite mantener un cierto estatus. Ojos que no ven corazón que no siente. Ojos que no quieren ver, corazón que acaba quejándose.

Todas las crisis tienen como grandes perdedoras a las mujeres. Incluso a aquellas que podíamos pensar que por su posición inicial podrían tener más resortes para defenderse. Blue Jasmine  nos muestra el infierno de una señora cuya mayor equivocación, obviamente, fue la de renunciar a su propio proyecto vital y enrolarse en la cómoda posición de esposa. El origen de su drama posterior está precisamente en esa opción vital que durante años la mantuvo en la felicidad propia de los idiotas. Algo que, sin embargo, no la redime de la parte de responsabilidad que le corresponde por haber jugado en el mismo tablero que el impresentable de su marido. Una lectura que cobra todavía más vigor si la miramos desde el espejo que supone, como inteligentemente plantea Allen, la vida de "aparentemente" fracasada que lleva la hermana de Jasmine. Una mujer a través de la cual el director de Annie Hall nos muestra otra perspectiva de cómo perseguir la felicidad, ese horizonte tan  líquido que a los seres humanos parece escapársenos entre los dedos cuando ya creemos tenerlo bien amarrado.

Blue Jasmine nos muestra pues, con su tono de drama que a veces se convierte en comedia, una perspectiva de la crisis que también conlleva tragedias personales, ruptura de trayectorias vitales, fracasos y reinicios. Los cuales, insisto, suelen ser más cuesta arriba cuando las protagonistas son ellas y mucho más si han acabado siendo víctimas de un modelo en el que pensaron que la felicidad sería eterna. Para ellas resetear el disco duro puede ser una aventura tan ardua que tal vez renuncien o queden desnortadas por el camino.

Cate Blanchett es Jasmine y esta película sería otra sin ella. Es prodigiosa su composición, sus mil rostros, sus matices, su elegancia y su desgarro. Como una especie de Blanche Dubois del siglo XXI, Jasmine nos transmite todas sus encrucijadas gracias a una actriz que prácticamente ocupa la pantalla toda la película y que lo hace con la intensidad que sólo dominan unas cuantas. Algo que Woody Allen suele descubrir con sagacidad y a lo que le saca el máximo partido cuando, como en este caso, el guión y la cámara se alían para que el milagro sea posible. Sólo por disfrutar de una de las mejores interpretaciones femeninas del año merece la pena ver esta película. Si  a eso añadimos el inteligente guión, la fotografía de Aguirresarobe o los magníficos secundarios, las razones se multiplican. Y el gozo todavía más en una tarde de domingo de otoño, con la ciudad desierta y la crisis haciendo de las suyas tras las ventanas que apenas dejan ver la tristeza. Quizás la de muchas mujeres como Jasmine que un día se creyeron princesas y hoy no saben qué papel interpretar cuando su príncipe azul se ha quedado en el paro, está en la cárcel o ha salido huyendo de un cuento en el que ya no es posible comer perdices.


CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO, LA REVOLUCIÓN MASCULINA

$
0
0
Publicado en el Blog MUJERES de EL PAÍS (25-11-2013)
http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/11/contra-la-violencia-de-genero-la-revolucion-masculina.html

Nos educaron para ser la parte privilegiada del contrato. Para no desfallecer nunca en nuestra carrera de proveedores, de titulares legítimos del poder, de sujetos que se definen por la permanente acción. Nos insistieron en que debíamos ser fuertes, aguerridos, violentos, insaciables. Los sujetos por excelencia. Formados en el arte de la conquista y de la autoridad. Nos prepararon para ser unos diligentes padres de familia, aunque nadie nos explicó los términos del contrato sexual en el que una parte permanecía sometida e incluso humillada.
Desde pequeños, nos hurtaron la ternura de los cuidados y el aprendizaje de la empatía. Al contrario, nos empujaron a ocupar el patio del colegio, a demostrar permanentemente nuestra hombría ante nuestros pares, a pelear cuando alguien se atrevía a ponerla en duda. Y, sobre todo, nos aconsejaron huir de lo femenino, no mostrarnos como lo hacían ellas. La clave estaba en que para ser hombres debíamos aprender a no ser mujeres. Ello suponía, obviamente, la humillación y el desprecio de aquellos que no respondían a las expectativas de género y que se comportaban no como hombres sino como “nenazas”.
Nos socializaron para cumplir un determinado papel en la sociedad, que era interdependiente del ocupado tradicionalmente por las mujeres. El reparto era perfecto, aunque el equilibrio inexistente: nosotros en lo público, ellas en lo privado. Un reparto que empieza a romperse cuando, por la fuerza de la democracia y el tesón del movimiento feminista, las mujeres dan el salto a la ciudadanía y entonces el contrato se desmorona.
El siglo XX fue el que marcó el inicio de esa nueva era y el XXI debería ser el que redefiniese el pacto. Sin embargo, la realidad patriarcal continúa siendo insistente. Ante la progresiva incorporación de las mujeres al ejercicio pleno de sus derechos, una conquista que en estos tiempos de crisis corre el riesgo de paralizarse e incluso retroceder, muchos hombres han reaccionado subrayando sus fauces de patriarca.
El posmachismo, como bien explica Miguel Lorente, adquiere formas sutiles, otras no tanto, que nos demuestran que el fondo sociocultural apenas se ha removido y que son muchos los que no parecen dispuestos a perder sus privilegios. Otros hombres, sin embargo, nos encontramos entre el desconcierto y la búsqueda de una nueva identidad.
Somos hijos de un modelo que nos continuó educando para cumplir el rol clásico el macho heteronormativo pero nos hemos encontrado progresivamente con una realidad que nos demuestra que el viejo referente ya no sirve. Y sentimos que no sólo la mitad de la humanidad sufre los efectos de ese orden, sino que también nosotros mismos sufrimos las consecuencias perversas de un modelo de masculinidad que nos encarcela. Entre otras cosas, porque nos obliga a demostrar insistentemente nuestra virilidad, entendida por supuesto desde los parámetros de la razón patriarcal, y a renunciar a las dimensiones de la personalidad que más cerca están del mundo tradicionalmente ocupado por las mujeres.
Por todo ello, y sobre todo porque los datos terribles que nos demuestran como por ejemplo crece la violencia de género entre los adolescentes, es urgente que pongamos la mirada sobre la construcción de lo masculino. Es necesario no sólo que los hombres nos incorporemos de manera militante a la lucha por la igualdad, y que establezcamos redes y alianzas con las mujeres, sino que también empecemos a mirarnos críticamente en el espejo y nos propongamos la revisión de un modelo herido por tantas patologías y que, entre otras consecuencias, produce violencia, abusos de poder, injusticias, en fin, desigualdad.
Superman2
Sólo desde apuesta por unas masculinidades alternativas, disidentes, que sean capaces además de ofrecer otros referentes a los chicos más jóvenes, será posible avanzar hacia un modelo de sociedad en el que al fin compartamos equilibradamente poder y cuidados, autoridad y empatía, razones y emociones. Y en el que seamos capaces de avanzar en la gestión pacífica de conflictos, en la urdimbre de relaciones afectivas basadas en la igualdad, en la superación de una concepción romántica del amor que legitima la subordinación de ellas y el heroísmo de quienes se sienten llamados incluso al uso de la violencia para restaurar el orden que ellos controlan.
Es el momento, pues, de que los hombres nos posicionemos de manera militante y pública. Convencidos de que no podemos ser demócratas sin ser feministas y de que las desigualdades de género, cuya más terrorífica consecuencia es la violencia sobre las mujeres, afectan al corazón mismo de nuestro sistema de libertades. No se trata de que nos consideremos los culpables de todos los males, ni tampoco de que nos fustiguemos de manera improductiva. Se trata de que nos convirtamos en sujetos protagonistas, de la mano de las que llevan siglos luchando por hacer que las democracias sean dignas de tal nombre, y de que empecemos por revisar el púlpito desde el que solemos mirar el mundo.
Sólo así pondremos las bases, entre todos y todas, para que las cifras de mujeres muertasempiecen a descender y para que nuestros hijos y nuestras hijas sean capaces de construir relaciones afectivas y sexuales desde la autonomía y el respeto. De no asumir este compromiso, la lucha por la igualdad seguirá amarrada por la superficialidad de los discursos y la violencia sobre las mujeres, que ahora parece correr el riesgo de abandonar la primera página y pasar de nuevo a la de sucesos, continuará siendo el más político de los terrorismos ya que es el que cuestiona la autonomía y dignidad de la mitad de la ciudadanía.

EL BUEN AMOR

$
0
0
Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 25-11-2013


Nos han contado tantas veces el cuento del príncipe azul y de la mujer que lo espera que hemos llegado a asumir como parte de nuestro orden cultural que el amor romántico es el ideal que todavía hoy condiciona las expectativas de muchas mujeres. El horizonte que termina por dar sentido a sus vidas, la meta que si no es alcanzada las convierte en fracasadas. La fábula que les seguimos contando a nuestras hijas y el sueño que sigue forrando las carpetas de nuestras adolescentes. Mujeres, hombres y viceversa. El amor entendido como posesión, como entrega absoluta, como negación de la individualidad. "He aquí la esclava del señor". Ahora las cadenas son el whatsapp, el facebook, el email. Los celos el perfume que sigue embriagando. All you need is love.
La mujer sumisa y el héroe dominante. La oración ideal para muchos obispos a los que tal vez habría que empezar a aplicarles rigurosamente el Código Penal. Ellos quieren ser como Mario Casas y ellas como María Valverde. Y estar tres metros sobre el cielo, donde los insultos o las amenazas parecen no escucharse, donde la dependencia se vive como una alucinación cuya intensidad es proporcional al corto de la falda que el novio no tolera en su pareja. "Dónde estabas que no cogías el teléfono", "cómo se te ocurre salir sin mí", "mira que te he dicho que no me gustan esas amigas que tienes". En busca de la media naranja, del complemento que al fin las haga perfectas, aunque ello suponga al fin sentirse atadas al que da sentido completo a la vida. Es decir, el amor como vehículo de plenitud vital y no la vida en libertad como condición desde la que es posible el amor. El de verdad, el que no duele, el que no hiere, el que no hace llorar, el que no mata.
Seguimos contando con tanta insistencia el cuento de la bella durmiente en una sociedad todavía patriarcal que no deberían extrañarnos los datos de los últimos informes que revelan el incremento alarmante de la violencia de género o el acoso entre adolescentes. Algo que a los que trabajamos a diario con jóvenes no debería sorprendernos porque llevamos tiempo constatando el evidente retroceso que en materia de igualdad se ha experimentado en las nuevas generaciones. Hasta el punto que no es infrecuente encontrar en ellos, pero sobre todo en ellas, no solo discursos sino también comportamientos que muchos creíamos desterrados. Ellos y ellas son el más dramático ejemplo de la era posmachista en la que nos estamos instalando. La que además jalean políticos liberales, tertulianos sabelotodo y jerarcas dogmáticos que se resisten a admitir que no es merecedora de tal nombre una democracia en la que la mitad no goce de las mismas oportunidades y del mismo nivel de autonomía. Y que el modelo continuará imperfecto mientras que los hombres no reconstruyamos nuestra subjetividad de machitos omnipotentes y mientras que no revisemos nuestras relaciones afectivas y sexuales con las mujeres. Es decir, mientras que no sustituyamos el amor romántico, que como el machismo mata y duele, por el buen amor que en vez de atarnos nos dé alas y nos permita reconocernos, a unos y a otras, como naranjas completas y no como seres a la deriva en busca de la mitad que nos falta.

LA GRAN BELLEZA: La fiesta terminó

$
0
0
La grande bellezza
Paolo Sorrentino, 2013

"Buscaba la gran belleza... no la he encontrado"


La fiesta ha terminado. Estamos, como dice el protagonista de la película, "en el umbral de la desesperación". La dolce vita no es más que un espejismo, una farsa que unos cuantos se empeñan en mantener, la melancolía de un tiempo irrecuperable. Aspirantes a actrices, mafiosos, aristócratas, famosos, intelectuales, todos bailan al ritmo de una Raffaella Carrà en versión electrónica. Así comienza La gran belleza. El principio del fin. Una huida que no lleva a ningún sitio. Porque el pozo es hondo, muy hondo. Y apesta. Es el pozo de la Italia de Berlusconi, pero también el de una Europa que no logra mirar con esperanza el futuro. La que a duras penas sobrevive amarrada a la belleza pasada, a los restos del naufragio, a los discursos que hoy ya sirven de poco.

A través del largo paseo de Gep Gambardella, un escritor que no ha logrado escribir una segunda novela, por la Roma decadente pero siempre bella, caótica pero estimulante, recorremos nuestras propias miserias. Las de un siglo XXI en el que hemos visto morir las grandes utopías y en el que vemos, como Gep, que todo muere a nuestro alrededor. El fracaso de las ideas y el triunfo de la simpleza. El teatro de una vida devastada que el viejo escritor ve y no quiere mirar, la que finalmente le arrasa un corazón que, como Roma, como Italia, como Europa, está también devastado.

Sin duda Fellini habría rodado en 2013 una película muy similar a la de Paolo Sorrentino.     Una mezcla de Roma, La dolce vita e incluso Giulietta de los espíritus. Gep  (un impresionante Toni Servillo) es un Marcello Mastrioanni decadente, perdido, casi un espectro en una ciudad que, pese a todo, sigue transpirando la fuerza intangible de la belleza. Caótica decadencia con jardines, con fuentes que nos salvan, con jardines que nos hablan de una cierta espiritualidad. "Roma me ha decepcionado mucho", dice el novelista al que tal vez no le quede más remedio que escribir una segunda novela sobre la nada. La que vive cada día no con tristeza pero sí con extrañeza. Como un náufrago.

Gep Gambardella, el rey de los mundanos, hace un viaje por sus alrededores y acaba descubriendo que ha hecho un viaje por sí mismo. Quizás esa sea la conclusión más amarga: descubrir que él también es una pieza de la decadencia. Y que como a la
ciudad que habita sólo le queda la belleza de lo que fue y de lo que pudo haber sido.

Paolo Sorrentino ha hecho una película hipnótica, fascinante, plagada de escenas que quedarán para siempre grabadas en la memoria de un espectador que se deje llevar por este viaje tan felliniano. Con la ayuda de una banda sonora que es casi un personaje más, y en la que podemos escuchar desde la Carrà a Preisner o Bizet, pasando por el "Mueve la colita" de El Gato DJ, el director nos seduce con imágenes poderosas, con pocos pero certeros diálogos y con una mirada que es gozosamente hiriente. Casi espiritual. En búsqueda de lo divino a partir de esta parada de los monstruos en la que parecen haberse convertido Roma, Italia, Europa, ..., todos nosotros. 

Puede que hasta resulte paradójico que La gran belleza haya sido la gran triunfadora en los Premios del Cine Europeo de este año. Europa premia una película que muestra su decadencia, sus horrores, su naufragio. Aunque también, al mismo tiempo, esté reconociendo su capacidad creativa, de reinvención, sus delicadas fronteras entre lo humano y lo divino, el peso pero también las alas de la belleza acumulada. La película de Sorrentino es melancólica, dura, triste incluso, pero también encierra luces que deberíamos atrevernos a encender. "Son importantes las raíces", dice la monja-santa que en la película nos enseña como la pobreza no se cuenta sino que se vive. La que medio momia sube con dificultad los escalones que no sabemos a dónde la llevan. Los escalones de la vida, tal vez, que sólo conducen a la muerte. Aunque también, en su mirada, el vuelo de las aves que una noche invaden mágicamente la terraza de Gep. Las que van buscando tierras más cálidas. El vuelo, la metáfora, la belleza. Una vez tocado el fondo de la devastación, ya sólo queda resucitar.

Publicado en THE HUFFINGTON POST:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/la-gran-belleza-la-fiesta_b_4417957.html?utm_hp_ref=spain

MÁS QUE REFORMA, REVOLUCIÓN

$
0
0
Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 9-12-2013

Mucho se está hablando en el 35 aniversario de la Constitución de la necesidad de su reforma. Parece haber una cierta unanimidad en cuanto al agotamiento de un texto que, después de más de tres décadas en vigor, no puede dar más de sí. Sin embargo, desde mi punto de vista el objetivo debería ser mucho más ambicioso. Porque no se trataría de una simple operación de cosmética, o de ciertos ajustes de puesta al día, sino que lo necesario sería abrir un proceso constituyente en el que definiéramos un pacto de convivencia con arreglo al lenguaje y los retos que plantea el siglo XXI. Es decir, se trataría de superar un texto, del que por supuesto hay que alabar todo lo bueno que nos ha procurado, y alumbrar un contrato en el que se redefinan las bases para el ejercicio del poder y las garantías de nuestros derechos.
Este ambicioso reto implicaría a su vez otros dos previos. El primero tiene que ver con la superación de la visión acrítica de una transición que tuvo, como diría mi compañero Alejandro Ruiz-Huerta, muchos "ángulos ciegos" y que debe ser revisada con la distancia objetiva que dan los años. El segundo nos llevaría a completar precisamente una serie de transiciones por las que el proceso de 1978 pasó de puntillas, tal vez por la urgencia del consenso y la cobardía de una sociedad acostumbrada a obedecer. Esas transiciones implicarían la superación definitiva de un modelo social marcado por el autoritarismo y las servidumbres, nunca vapuleado por los bríos de una revolución ilustrada, así como de los vicios e hipotecas de unas estructuras patriarcales y confesionales. De ese cúmulo de factores que conforman el subsuelo del sistema derivan buena parte de los problemas, imperfecciones y heridas que continúan sangrando. Algunas con renovados ímpetus en estos momentos de crisis y de posiciones reaccionarias. Basten como ejemplo las actitudes crecientes que confirman que nuestra sociedad continúa siendo machista, así como las que se empeñan en identificar con los dogmas de una religión los criterios éticos que deben regir, desde el laicismo, la convivencia de los diferentes.
Ese nuevo pacto debería tener presente que los tres grandes retos actuales del Estado pasan por tres equilibrios que miran al futuro: el interterritorial, el intergeneracioal y, de manera prioritaria y transversal, el aún por construir definitivamente entre mujeres y hombres. Desde el convencimiento de que la clave de esta revisión debería situarse más en el Título I que en el VIII y desde la militancia en la conexión íntima entre igualdad socio-económica y calidad democrática. Lo cual, en fin, debería incidir a su vez en el corazón mismo del devaluado modelo representativo, así como en algunas de las opciones básicas del 78 que hoy deberíamos cuestionar, tales como la Jefatura del Estado o la omnipresencia de los partidos.
Este osado proyecto requeriría, de entrada, de una ciudadanía que dé el paso desde la indignación al compromiso activo. Que no solo tome las calles sino también las tribunas. Que se "empodere" definitivamente frente a los poderes políticos y económicos. A su vez, el horizonte ansiado sería mera utopía sin el concurso de un liderazgo político del que hoy por hoy, me temo, carecemos en nuestro país. Baste con contemplar elestado ruinoso de los partidos y de los sindicatos a los que la Constitución otorgó un protagonismo esencial. De ahí que el punto de partida de todo lo anterior debería ser la refundación de unas estructuras caducas y la reinvención de unos mecanismos de participación política en los que podamos reconocernos y confiar. Esa sería la verdad y radical revolución que nos llevaría a la sociedad democrática avanzada que en el 78 apenas se intuyó. Esa sería parte de la revolución ilustrada que este país necesita desde hace siglos y que, ilusos, pensamos que resolveríamos con una Constitución hecha sobre las renuncias y los silencios. 

ESPERANZA

$
0
0


Columna Hoy por hoy, Radio Córdoba, CADENA SER,
18-12-2013

Esperanza. El hombre y la mujer somos seres que esperamos. Nuestra dignidad está por hacer, nuestros derechos por garantizarse plenamente, la felicidad por alcanzar. Somos seres en transición,   procesos más que estados. La razón y la emoción, que contradiciendo las reglas patriarcales deberían ir de la mano, nos sitúan en un lugar privilegiado para no conformarnos con lo que tenemos. Para que desde ellos y con ellos busquemos nuevos horizontes. Somos navegantes y piratas a partes iguales.

Esperanza. Resulta hoy difícil convertir ese sustantivo en verbo. En estos tiempos de dignidad pisoteada en nombre del equilibrio presupuestario y de recorte de derechos a beneficio de los que más tienen, es cada vez más complicado  creer en la democracia como sistema que procura las condiciones que hacen posible el libre desarrollo de nuestra personalidad.

Esperanza. La palabra se escurre entre los principios que alega Gallardón para negar una vez más, y van no sé cuantas a lo largo de la historia, los derechos de las mujeres. Disciplina de partido frente a solidaridad de género. Celebración de la vida en un diciembre en el que el BOE continúa llenándose de normas que nos devuelven al pasado. Orden público, seguridad, principios. Los principios de los que siempre mandan, de los que más tienen, de los que siguen humillando a los más débiles.

Esperanza. Apenas queda hueco para ella en el rostro de una Virgen niña a la que hoy acudirán muchos que han perdido la fe en la razón y necesitan agarrarse al mito. Desesperados, indignados, impotentes. Tal vez sin saber que la verdadera esperanza en una democracia radica en el empoderamiento ciudadano y en la rebeldía frente a los poderes establecidos. Por lo que más nos valdría rezar menos y luchar más. Entonces sí que el sustantivo podría convertirse en el verbo que tanta falta nos hace y podríamos celebrar todo lo que está por llegar en nombre de la justicia,la libertad y la igualdad.

Audio: www1.delta-search.com/?babsrc=NT_ss_SU&mntrId=605D5404A682095E&affID=121150&tsp=4965

Fotografía:  Un detalle de una performance de la artista Beth Moysés.

SENTIR LA HUMILLACIÓN

$
0
0
Doce años de esclavitud
Steve McQueen, 2013

Hace unos días un alumno del Máster de Cultura de Paz presentaba un trabajo que he tenido la suerte de dirigir sobre el cine como herramienta generadora de empatía y, por tanto, como instrumento esencial para la educación en derechos humanos. Ayer pensé mucho en las reflexiones de Daniel Delgado mientras que veía la última película de Steve McQueen. En ella se nos cuenta la historia real de Solomon Northub, un hombre negro libre que fue secuestrado y vendido como esclavo. Basándose en el libro que el mismo Solomon escribió sobre su terrible experiencia, el director de "Shame" ha hecho una película intensa, dura, amarga, pero nada melodramática. Ha logrado esquivar el riesgo de incidir en el sentimentalismo, lo cual no quiere decir que no sea capaz de arañar emociones. En este caso las que tienen que ver con la angustia, el dolor, la rabia incluso que provoca ser testigo de la humillación de un ser igual. 

Como todas las películas de McQueen, ésta es también tremendamente física. Es decir, podemos sentir el dolor en la piel, el sufrimiento en las carnes de los personajes, la ira en las miradas. En este sentido hay una clara línea de continuidad con "Hunger" y "Shame", aunque en ellas se cuenten historias muy distintas. En todas ellas, sin embargo, el director nos presenta a hombres "esclavos", encerrados por diferentes circunstancias, oprimidos. Por lo que al final su cine acaba siendo también una hermosa reflexión sobre la libertad del ser humano y sobre las muy diversas cadenas que nos limitan. 

En este caso esa mirada resulta más obvia porque enfoca la más terrible negación de la humanidad cual es la esclavitud, la posesión de un hombre por otro, la negación en fin del que sólo puede agachar la cabeza. McQueen lo hace sin concesiones a lo esquemático, con hondura pero sin fuegos de artificio, planteando incluso la responsabilidad de quienes soportaron la humillación ( en esa terrible escena del protagonista colgado de un árbol mientras que los demás esclavos continúan aparentemente impasibles con sus tareas cotidianas). Tal vez Hannah Arendt tendría mucho que decir al respecto a partir de su teoría de la "banalización" del mal.

El cine no puede lograr ese efecto empático del que hablaba al principio si, además de contar con una historia sólida y una mano firme en la dirección, no cuenta con unos actores y unas actrices que den cuerpo a las emociones y que consigan el efecto de hacerlas creíbles, incluso de que sintamos como espectadores el dolor de los latigazos o la zozobra del que no sabe cómo salir del encierro. Steve McQueen ha sabido relatar esta historia con unos intérpretes que garantizan ese efecto y que hacen que su película no sólo sea creíble sino que también nos duela como un puñal clavado en el pecho.  Algo que consiguen con especial brillantez Lupita Nyong en su interpretación de Patsy, la joven esclava de la que se encapricha el sádico Edwin Epps, y por supuesto Chiwetel Ejiofor (Solomon), cuya poderosa mirada es más que suficiente a lo largo de todo el metraje para transmitirnos su angustia y lo que la esclavitud supone de negación de la dignidad. 

Un párrafo aparte merece Michael Fassbender, el actor fetiche de McQueen, que aquí vuelve a realizar una composición intensa, muy física, al estilo de las que realizaba en "Shame", aunque se trate de dos personajes que no tienen nada que ver. Si la mirada de Ejiofor basta para transmitirnos todo el caudal emocional de Solomon, la de Fassbender, ese azul intenso que hiere, consigue el mismo efecto con toda la perversión y brutalidad que encierra el personaje del esclavista Edwin Epps. El actor vuelve a demostrar que es una de las presencias más brutales del cine actual y que su magnetismo va más allá de su atractivo físico. 

De la mano de estos actores, y de todos los demás que componen un elenco ajustado y brillante, McQueen consigue que sintamos el peso de la humillación. Que reconozcamos todo lo que de negación de la dignidad humana supone la esclavitud, cualquier proceso mediante el cual un hombre posee al otro, lo cosifica. Algo que es evidente en la historia de Solomon y de tantos otros y otras que la sufrieron en sus carnes en el contexto que nos cuenta "Doce años de esclavitud", pero que se sigue reproduciendo en otros muchos contextos en los que todavía hoy se le sigue negando a hombres y mujeres su capacidad de autodeterminación.  De ahí el carácter incluso pedagógico de esta película que nos obliga a que miremos, y a que sintamos, el dolor que supone no tener derechos. Sin duda, y como bien diría Daniel Delgado, el primer paso para luchar por ellos. 

HAY QUE DESCORRER LAS CORTINAS

$
0
0
Las fronteras indecisas, 
Diario Córdoba, 23-12-2013


Cada año que pasa soporto peor el mes de diciembre. En él se concentran todos los excesos de un modelo de convivencia que glorifica la lógica del mercado y que se apoya en la anestesia de los festines colectivos. Cada año me duelen más las luces nada ecológicas, la insistencia de los cánticos tribales y las sonrisas que huelen a sucedáneo de perfume caro. Un dolor que se multiplica en unos momentos en los que la miseria, socioeconómica de muchos y moral de unos cuantos, sacuden a un país que parece resignado a dejar de ser camisa blanca de la esperanza. Todo ello mientras asistimos, entre impotentes e indignados, al sacrificio permanente de las libertades no solo en nombre de la austeridad sino sobre todo en el de una ideología que no admite que una democracia sin igualdad no es democracia.
Me resisto a dejarme seducir por los escaparates y por catálogos que insisten en que las niñas todavía quieren ser princesas. Me sublevo frente a la apoteosis del pensamiento simple y de una democracia solo formal en la que parece importar más el estatuto de consumidor que el de ciudadano. Me rebelo contra quienes insisten en tratarnos como marionetas y contra quienes siguen usando los púlpitos para culpabilizarnos en nombre de dogmas interpretados por jerarcas patriarcales. Mucho más en una época en la que todo parece aliarse para reducir al mínimo nuestra autonomía, para convertir en escombros las garantías del Estado de Derecho, para hacer que parezca un coste asumible del sistema el empobrecimiento progresivo de la ciudadanía. Y todo ello mientras que la policía entra en sedes de partidos y sindicatos. El Título Preliminar de la Constitución sangra.
Todo es terriblemente paradójico en este diciembre que apesta. Paradoja perversa de las luces que nos aplastan en las calles mientras que muchos pronto no podrán encenderlas en sus casas. Puro Berlanga que nos recuerda que sentemos un pobre a nuestra mesa antes de que muera por comer yogures caducados. Caridad en vez de justicia. Y terror. El que me provocan los villancicos de Raphael, o la Esteban vendiendo libros como churros en el súper o las tertulias en las que todos nos adoctrinan.
Pero nada comparado como el miedo que me provocan Gallardón y sus principios. El que empequeñece al que siente cómo los derechos se vuelven líquidos ante la presión de quienes parecen seguir sin entender que la vida sin autonomía solo es un remedo justificable para los que en vez de la razón se agarran al mito. Algo de lo que saben mucho las mujeres que llevan siglos luchando por su espacio de soberanía y por la garantía de su mayoría de edad como sujetos de derechos. Algo que, sin embargo, parecen ignorar las mujeres del PP para las que pesa más la disciplina de partido que la solidaridad de género. Así es fácil volver a encontrarnos con María peinándose entre cortina y cortina, villancico de esposa sumisa ante el Padre todopoderoso. La mujer mujer de Aznar y la mujer madre de Gallardón. Una terrible marcha atrás en el proceso de emancipación que las mujeres de este país iniciaron tan tarde y que les ha costado tanto esfuerzo. Lo cual es lo mismo que decir que una herida más, y bien honda, en el corazón mismo de la democracia.
A todos nos ha tocado la lotería con este Gobierno que parece empeñado en reescribir, a beneficio de los que más tienen, el siempre difícil equilibro entre libertad y seguridad. Nos sobran motivos ya no para la tristeza y el desencanto, sino para la rebelión cívica. La que deberíamos iniciar en este diciembre de luces ilustradas que se apagan. La que nos debería llevar a volver la vista, en esta Navidad absurda, a quienes el sistema cada día hace más débiles. Convencidos de que la magia es un invento de El Corte Inglés y la caridad una virtud innecesaria cuando la justicia no expulsa a nadie a los márgenes de la celebración.

Y GAEL BAJÓ DEL CIELO

$
0
0
Un cuento para acabar el año


Gael no llegó en un jet privado, ni siquiera en el AVE.  Lo hizo en un autobús de esos que recorren los pueblos de la península y en los que es mejor olvidarse del sentido normal del tiempo. Gael llegó en un autobús de cuyo maletero ladraba un perro que no quería sentirse como una maleta. Lo hizo cuando ya era de noche y  los perfiles empezaban a confundirse con las luces estridentes de la feria navideña que siempre huele a buñuelo y a algodón de azúcar. 

No lo imaginaba tan poquita cosa, tan delgado y ligero. Casi imperceptible en la noche de los santos inocentes. Apenas un suspiro que vino escuchando música, no sé si de Iron Maiden, Morricone o la última lista de los 40. Todo en él, tal y como me habían sugerido sus palabras, era algo desconcertante, escurridizo a veces, como si hubiera en su presencia algo de irrealidad. Parecía flotar más que andar y fue complicado al principio captar si lo que decía era la traducción del último estribillo que había escuchado o toda una declaración de intenciones. 

Sólo me atreví a mirarlo fijamente mientras se tomaba una manzanilla con la que aliviar los efectos de la resaca del día anterior. Al descubrir con detalle su rostro esa sensación de liquidez, de algo que se escapaba y que no lograba atraparlo, desapareció casi por completo. Su amplia sonrisa, a veces más cerca del diablo que de un ángel, se superponía a los silencios, era capaz de arrasar con las dudas de siempre, batallaba entre las incógnitas como si se tratara de una heroína frente a la que era imposible usar algún tipo de coraza.  Cuando lo miraba se transformaba en una especie de ser alado, mucho más fuerte que lo que su apariencia daba a suponer, casi un duende venido de otro mundo para recordarme, como en un cuento de Dickens, que en la vida siempre son posibles las sorpresas.

Aunque ya conocía la ciudad, fue como si juntos la recorriéramos por vez primera. Casi una desconocida entre tanta luz empalagosa y  la bulla que arrasaba las calles como si se acercara más el fin del  mundo que del año. Recuerdo que durante un tiempo, bastantes minutos, Gael parecía negarse a mirarme a los ojos. Como si temiera ser descubierto en su última travesura o como si creyera que aquello supondría romper el hechizo.

Hubo un antes y un después del anillo o, mejor dicho, de los tres anillos. No es que yo haya sido nunca un apasionado de Tolkien, pero aquella noche fueron tres anillos que parecen uno los que sirvieron para tender un puente. Quizás el que a mí me costaba más trabajo recorrer y el que sin embargo debía ser el tema cero de la asignatura que ambos teníamos pendiente. Me gustaría haber grabado en aquel momento el rostro de Gael y haberlo visto luego en flash-back, a cámara lenta, para captar todos los matices que dijo con sus ojos, con su boca y hasta con su nariz. Porque Gael habla más con su rostro que con palabras. A pesar de mis miedos, sentí que aquel momento suponía  la apertura de una puerta a un lugar más espacioso, cómodo, cálido, en el que ambos empezamos a bajar un tanto la guardia y descubrimos que al final compartíamos heridas. Aunque yo no tuviera un gato al que le gusta ver la tele ni él un régimen de gananciales que disolver. En aquel momento me sobraron el bacalao, los kikos y el arroz salvaje.

Cuando salimos de nuevo a la calle el viento frío parecía haberse calmado o, al menos, es como si los dos hubiéramos dejado de sentir el hielo que temíamos se alzara como una muralla entre su confusión y mi asombro. La ciudad estaba entonces más solitaria y amable. Volvía a ser el escenario capaz de sugerir y seducir.  Aunque a nosotros empezaron a sobrarnos las calles y las plazas. Es como si hubiéramos entrado a través de un pasadizo en un mundo en el que los demás ya no existían. En el que los otros apenas eran el eco de unos zapatos de tacón por la calle.  "American History X" y un debate en La Sexta sobre el aborto. Horror de planeta. Unos pies grandes en el sofá y una sonrisa de mendigo feliz comiéndoselo todo. Delgadez de brazos de poeta y mirada oblicua de rufián entre bambalinas.  

A partir de entonces, y como por arte de magia, los relojes se pararon, como si el tiempo en sí hubiera dejado de existir o, mejor dicho, como si solo el presente tuviera validez. La noche dejó de ser noche y ni siquiera sé cuando se convirtió en madrugada porque habitábamos un mundo como el de Alicia, en el que poco a poco fuimos recorriendo los recovecos y dejando de ser dos extraños. Calvin Klein, un vaso de agua, "me molesta la luz". Apenas tres puntadas de hilo en una sábana sin coser, tela larga en la que enrollar y desenrollar cuerpos, como en un laberinto sin luz en el que sólo el tacto nos permitía ir encontrando las salidas. Salidas que nos llegaban a otro laberinto aún más complicado, más caliente, más enrevesado que el anterior. 

Los ojos de Gael mirándome desde arriba, como si fuera un centinela en una torre o un cazador que sabe que no tendrá que disparar para tener la presa bajo su cobijo. Ojos mitad de ángel mitad de demonio. Aunque en su espalda no descubriera ni una ligera protuberancia de la que pudiera salir algo parecido a unas alas. Los tres anillos rotos y un gato maullando en algún lugar. Después, los viajes. Recorrimos en no sé cuántos minutos varios países e incluso continentes. Lugares de la memoria y del futuro. El París por descubrir y la Sicilia salada. El resto fue noche acompasada por unos dedos de pianista que no me atrevía a soltar.

Gael salió del sueño con los mismos grandes auriculares que llegó y con un libro en el que llevaba escrita una dedicatoria violeta. Lo hizo después de desayunar con Campanilla y de volver a a taladrarme con sus ojos de alumno inquieto. Entre palabras dichas con la voz tierna que sólo es posible encontrar lejos del ruido de las ciudades. Un fauno, un duende, un animal del bosque convertido en hombre que no abre regalos que pueden herirle.

Gael cogió el autobús en el mismo lugar en el que menos de 24 horas antes llegó, como en la canción de Sabina y Ana, con su espada de madera y zapatos de payaso a comerse la ciudad. Y lo hizo como quien plancha con delicadeza, y aunque a él no le guste, una camisa de seda que tal vez alguien le regale para el día de su santo, o para Reyes, o para su cumpleaños. Una camisa con tres mangas para un cuerpo de adolescente rebelde, al que queda tanto por leer, tanto por viajar, tanto por amar... Aunque no sea consciente del todo de la libertad que en la vida supone poner un punto y final a tiempo.

Cuando Gael se esfumó, como si el hechizo se hubiera roto, el sol brillaba en la ciudad. Todavía no olía ni a buñuelos ni a azúcar rosada. No hacía frío. Entonces volví a mirar el reloj y, para consolarme, me puse el pijama de niño pijo. Feliz porque había descubierto que la Navidad no habita en El Corte Inglés y que, como bien me temí desde un principio, no era nada casual que Gael rimase con Manuel.



CONTRA LA IGNORANCIA SOBRE EL FEMINISMO

$
0
0
"Todas las gentes que no estén ciegas, bajo el influjo de prejuicios invencibles, son feministas". Adolfo Posada, 1899
Si hay una etiqueta que todavía sigue siendo objeto de prejuicios y de una permanente devaluación esa es sin duda la de feminista. En estos malos tiempos para la igualdad y para la garantía de los derechos de las mujeres, o lo que es lo mismo para la efectividad de la democracia, asistimos además a una progresiva huida de un término que es usado tanto por hombres como por mujeres en muchas ocasiones desde la ignorancia y en otras tantas desde el desprecio más absoluto. Mientras que otros conceptos vinculados a la lucha por los derechos humanos han acabado asentándose, aunque sólo sea en el ámbito de lo políticamente correcto, el feminismo sigue identificándose con los intereses parciales del colectivo "mujeres", cuando no con reivindicaciones extremistas que parecen identificar a sus protagonistas con la pura "histeria" con la que el diputado Novoa Santos calificó a la mitad de la ciudadanía en el debate constituyente de 1931.
A todo ello habría que sumar la ligereza con la que todos y todas opinan al respecto, aunque la mayoría de los y de las que hablan no hayan leído ni la tercera parte de los muchos volúmenes que atesora el pensamiento feminista. Algo que al menos algunos no nos permitiríamos hacer con respecto a otros campos del saber que no forman parte de nuestro caudal formativo.
Y es que a estas alturas del siglo XXI, y muy especialmente en nuestro país, sigue habiendo mucha ignorancia, alimentada sin duda por el orden patriarcal que sigue vigente, en torno a lo que el feminismo ha representado y representa como movimiento igualitario y como teoría política.

Porque no deberíamos olvidar que el feminismo no es solo un proceso de lucha que se inicia precisamente cuando el constitucionalismo liberal excluye de sus conquistas a la mitad de la Nación, sino que también constituye todo un marco de reflexión crítica y emancipadora mediante el que muchas mujeres -y algunos hombres- llevan cuestionando unas estructuras políticas, jurídicas y sociales que siguen marcando diferenciaciones jerárquicas entre unos y otras.
Por lo tanto, y desde esa doble consideración, el feminismo ha sido y es clave en los procesos de consolidación democrática y en la definición más completa y justa del Estado de Derecho. De ahí por lo tanto que debiera ser objeto de estudio preferente no sólo en ámbitos científicos cuya incidencia es evidente, sino en general como materia obligatoria sin la que es imposible educar para una ciudadanía capaz de ejercer sus derechos y obligaciones en condiciones de paridad. Algo que, por supuesto, desconoce la reciente reforma educativa y apenas es un mandato de buenas intenciones, en la práctica normalmente incumplidas, en nuestra legislación de igualdad. 
Feminismo2Por todo ello un libro como El feminismo en España. La lenta conquista de un derecho (Cátedra, Madrid, 2013) es no sólo una lectura altamente recomendable sino que debería convertirse en un manual de lectura obligatoria en escuelas, institutos y facultades. En élAnna Caballé, a la que tuve la suerte de descubrir en laapasionante biografía de Carmen Laforet que escribió con Israel Rolón, hace un recorrido por lo que ha significado el feminismo en España a lo largo del tiempo. Con una prosa más cercana a la literatura que al lenguaje puramente científico, lo cual será  de agradecer para un lector no iniciado, la autora trata de identificar las características singulares de dicho movimiento en un país cuyos condicionantes históricos casi nunca fueron propicios para hacer germinar con fuerza lo que en otros países sí que fue una lucha consistente. 
Según Caballé, el concepto clave para explicar el feminismo español es el de resistencia, es decir, el hecho de que haya representado siempre una forma de oposición pragmática, operada desde dentro del "sistema" y tal vez más volcado hacia lo pragmático que hacia lo teórico. Además, entiende la autora que el más rasgo más constante del dicho movimiento en nuestro país ha sido no tanto la reivindicación social sino la cultural: "En España no ha sido la defensa del voto, el derecho al trabajo o los anticonceptivos, o la lucha contra el maltrato machista lo que permite unir el feminismo bajo un solo clamor, sino la aspiración tenaz, incluso obsesiva, de nuestras mujeres a ser personas, a poder superar su inmemorial condena a la ignorancia, mediante el acceso a la instrucción y la cultura".
A partir de estas premisas, Anna Caballé nos invita a realizar por un viaje por los orígenes de lo que ella denomina "feminismo literario", partiendo de las raíces religiosas del mismo en los conventos del siglo XV hasta llegar a los debates contemporáneos, pasando por momentos tan decisivos como la II República o la transición. Y dejando muy claro, además, que es un término que ha de conjugarse necesariamente en plural. Es decir, que son muchos los feminismos o interpretaciones posibles de una misma raíz, como pasa con otras teorías políticas sin que ello merezca un juicio precisamente negativo.
El feminismo en España recupera voces de mujeres que continúan siendo ignoradas en los libros de historia y subraya los de otras que todavía hoy sólo son valoradas por quienes entendemos que no se puede ser demócrata sin ser feminista. Y las sitúa en el lugar que les corresponde, es decir, en el de un protagonismo esencial en la larga lucha por construir una sociedad en la que hombres y mujeres podamos gozar del acceso a los saberes, a los poderes y a los bienes en condiciones de igualdad. Por todo ello, es una lectura reconfortante y alentadora en estos meses en los que está resultando tan complicado encontrar razones para el optimismo.
Debería ser leído y subrayado por quienes continúan sometiendo el feminismo a un escrutinio injusto e infundado, así como por aquellos y por aquellas que parecen no entender que cualquier ataque contra la igualdad es un ataque al corazón mismo de la democracia. Y, por supuesto, debería convertirse en libro de cabecera para quienes seguimos en el compromiso de construir la "sociedad democrática avanzada" de la que habla el preámbulo de nuestra malherida Constitución. Una lucha en la que los hombres tenemos mucho que decir después de tantos siglos de monopolio de los púlpitos, para lo que no estaría de más que empezáramos formándonos en igualdad y conociendo a todas esas mujeres que la Historia ha situado en los márgenes. Las que han sido, como bien nos recuerda Caballé, tan necesarias para alumbrar una sociedad en la que, al menos como objetivo, ningún individuo sea excluido de la ciudadanía por razón de su sexo. Porque no deberíamos olvidar que, como bien sentenció Clara Campoamor en plena lucha por el sufragio verdaderamente universal, "solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar, las demás las hacemos todos en común". Algo que, por cierto, parecen todavía desconocer Gallardón y compañía
PUBLICADO EN BLOG MUJERES DE EL PAÍS: http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/12/el-feminismo-en-espa%C3%B1a.html

ANA, PILAR, LA BELÉN

$
0
0
Kathie y el hipopótamo
Naves Del Español,  Matadero, Sala 2

Como hace ya algunos años bien escribiera Vicente Molina Foix, Ana Belén es de esas actrices que merecen calificarse con el artículo  y su apellido, disfrutando así de un estatus del que sólo unas pocas de las que pisan los escenarios son merecedoras. Es decir, la Belén hace tiempo que habita el olimpo reservado a esas actrices que son capaces de traspasar las tablas y llegar al espectador con el amplio abanico de registros que cabe en su presencia. Mucho más que meras componedoras de personajes, más bien animales de batallas y risas que seducen irremediablemente, que se crecen ante los focos aunque su cuerpo sea menudo, que irradian una luz incuestionable capaz de cegar incluso pero sobre todo de amansar la fiera que llevamos dentro. 

La Belén lleva décadas demostrando que es una gran intérprete y que lo suyo, ya sea con el ropaje de unas canciones o de un personaje, es contar historias el escenario. Ahora lo vuelve a demostrar con más brillantez que nunca en Kathie y el hipopótamo, el sugerente texto de Vargas Llosa felizmente prorrogado en las Naves del Español, ese espacio del Matadero en el que es posible multiplicar la magia del teatro. Con la inestimable ayuda de la ajustada y precisa dirección de Magüi Mira y de un reparto en estado de gracia, la madrileña de la calle del Oso vuelve a demostrar, para satisfacción de los que la admiramos y estupor de quienes la envidian, que pocas artistas como ella son capaces de meterse a la vez en la piel de tantas mujeres, de pasar del drama a la comedia sin sobresaltos, de mostrarse sucesivamente seductora, agresiva o tierna y, por supuesto, de cantar en francés como si estuviera ofreciéndonos un concierto íntimo. 

La obra de Vargas Llosa nos ofrece el retrato de varios personajes y del fracaso de sus vidas, todo ello a partir del encuentro de la protagonista, Kathie Kennety, en una burhadilla en el París de los años 60 con el escritor fracasado (Gines García Milán) al que ha contratado para que le transcriba su novela de aventuras.  

Sous le ciel du Paris. A través del diálogo que se establece entre estos dos personajes condenados a entenderse recorremos sus itinerarios vitales, sus frustrados matrimonios y sus amantes, los hijos y los sueños, los dolores callados y los principios maltrechos. Kathie es la típica burguesa que acaba siendo prisionera en una jaula de oro y que necesita de la ficción para vivir lo que ella mismo se fue negando. Marc, el escritor, es el prototipo de hombre idealista y romántico que acaba siendo tan rastrero como el más impresentable de los burgueses contra los que luchó en su juventud. Entre medias, el amor romántico como engaño y como cárcel, el sexo como pretexto animal, el "amor solidaridad" como subterfugio y la familia como álbum de mentiras. La vie en rose, el patriarcado y las mujeres sumisas, los celos y los amantes, el poder, la gloria, la soledad al fin. Las canciones que no se cantaron, las ideas que no se defendieron, tantas cosas que se traicionaron. Les feuilles mortes.  Y el hipopótamo que parece una mala bestia y que sólo come insectos. Machitos venidos a menos frente a mujeres que les doblan en inteligencia. Y que pese a ello son mayoritariamente las víctimas de todas las batallas.

El magnífico juego que plantea la obra, con sus saltos en el tiempo, en las edades de los protagonistas, con personajes secundarios que se vuelven principales, estaría abocado al fracaso sin la mano firme de la directora del montaje y sin una actriz como la Belén que nos demuestra que lo suyo es puro teatro. Seducción de cómica y entrega de mujer perfeccionista, mirada de gacela turbadora y temblor de señora abandonada. Contemplarla, seguirla, emocionarse con ella, en la escasa distancia con la que el espectador del Matadero la disfruta, se convierte en una especie de viaje más allá del París de 1960. Es todo un recorrido sentimental por los fracasos del individuo y por la necesidad que tenemos de la ficción para compensar los vacíos que vamos acumulando. Porque tal vez esa sea la mayor lección de Kathie: la necesidad de la fantasía como salvavidas, como percha en la que colgar las lágrimas para que se sequen, como buhardilla en la que convertirnos en autores de nuestra propia novela. Todo ello desde la amargura que provoca irremediable la fugacidad de los días. Ne me quitte pas.

Este recorrido, en el que no falta el sentido del humor y la brillantez del lenguaje al que nos tiene acostumbrados Vargas Llosa, se convierte en una experiencia única porque la Belén la pilota con la maestría que dan muchos años de tablas y esa prodigiosa entrega que sólo es posible cuando la inspiración pilla trabajando. Llevo varias décadas siguiéndola y admirándola. Casi esclavo gozoso de sus piruetas. Un pez de ciudad sin isla en la que naufragar al que ella nunca ha dejado de pintar versos en su camisa blanca.  Ay, la esperanza, tan complicada hoy pero siempre resucitada cuando escucho las canciones pequeñas que ella hace grandes. Por todo ello, y mucho más tras amarla-odiarla-admirarla-soñarla como Kathie, no me canso de contradecir la canción que Sabina le/nos regaló. Y así vuelvo y  revuelvo al lugar donde siempre he sido feliz, y compruebo que El Dorado no es un champú, que a lo sumo es el champú que lava su cabello de estrella. Y no dejo de volver al patio de butacas, al filo de un escenario, a la salida de unos camerinos, donde siempre es un regalo encontrarse con esa comedianta que amo y admiro. Con Ana, con Pilar, la Belén. 








CARTA REPUBLICANA A LOS REYES

$
0
0
Las fronteras indecisas


Diario CÓRDOBA, 6-12-2014

Mis queridos Reyes Magos, como bien saben son ustedes las únicas majestades en las que cree mi alma
republicana y, por tanto, las únicas a las que cada año escribo confiando en que la magia supla lo que la realidad insiste en negarme. Cada seis de enero recupero la ilusión del niño que nunca dejé de ser y busco entre los paquetes argumentos para la alegría. Este año mi carta es tal vez más reivindicativa que nunca y no tengo muy claro, permítanme que dude, que esté en sus manos la posibilidad de traerme el regalo que en este 2014 tanto deseo.

Después de un 2013 en el que he andado reseteando mi disco duro, y en el que tantos nubarrones han hecho cada día la vida más complicada en este país de pandereta y lazarillos, empiezo el año en un estado superior a la indignación y absolutamente herido. Me sangra la piel de ciudadano demócrata mientras asisto a las cada vez mayores negaciones de nuestras libertades, mientras le resto credibilidad a los que dicen representarme, mientras compruebo como crecen las distancias entre los que tienen más y los que tienen menos. Desolado cuando certifico que la igualdad se va rompiendo en mil jirones y el sueño del Estado de Derecho se desvanece. Más que triste cuando percibo además que la gran mayoría de los que me rodean siguen anestesiados, consumidores más que ciudadanos, cómplices en muchos casos por omisión de la gran estafa que está suponiendo la suma de capitalismo salvaje y el sucedáneo de democracia que nos gobierna.
Ante este panorama tan desolador, en el que la suma de jerarcas patriarcales que juegan con nuestras vidas no dejan de acumular poder y de dogmatizar los principios en nombre de su egoísta beneficio, no puedo sino escribir una carta en la que mi sueño es que se haga al fin carne la urgente rebelión cívica que necesitamos. Porque ha llegado el momento, sin más dilación, en el que la ciudadanía hagamos nuestra la soberanía perdida, la capacidad de control que durante años dejamos de ejercer sobre nuestros representantes, la militancia incluso feroz en la igualdad diferenciada. Porque ya está bien de huir de las responsabilidades que nos corresponden y de hacer recaer todas las culpas en quienes, aun teniendo efectivamente un grado mayor de responsabilidad en el desastre que vivimos, no son los exclusivos hacedores de la progresiva degeneración que nos pisotea. No cabe duda de que la moral heredada del catolicismo más añejo sigue haciendo estragos en nuestro entendimiento de las culpas y los compromisos.
Por todo ello mis queridos Reyes - o Reinas, porque siempre he pensado que bajos esos ropajes cabía la posibilidad de infinitas sexualidades, es decir, siempre he soñado con que fueran ustedes unos monarcas queer - , lo único que les pido en este enero en el que me siento un ave renacida es una inyección de pulso ciudadano. El aliento que nos haga recobrar el movimiento perdido y nos haga retomar las calles, las voces y hasta la guillotina si hiciera falta. Porque este país está pidiendo a gritos un punto y aparte, el cierre de capítulos que ya apestan y la apertura de un nuevo proceso constituyente. A una redefinición del contrato que nos permita abandonar la posición de súbditos y que haga verdaderamente compatibles libertad, igualdad y pluralismo.
Espero que mi petición no quede en el fondo de sus sacos y sea posible al fin que en esta España camisa blanca de mi esperanza protagonicemos la revolución republicana, laica y feminista que algunos ansiamos. Aunque soy consciente de que ustedes solo podrán regalarnos el aliento. La acción depende de la suma de razón y emoción desde la que todos y cada uno de nosotros deberíamos empezar a despertar y así recobrar el poder que nunca deberían habernos usurpado.

EL ABORTO, UNA CUESTIÓN DE DEMOCRACIA

$
0
0
Las fronteras indecisas
Diario CÓRDOBA, 20-1-2014

Una de las claves del mantenimiento del orden patriarcal es la consideración de las mujeres, es decir, de paradecidir sobre su proyecto vital se alían además fundamentalismos políticos y religiosos, de manera que vuelven a confundirse interesadamente pecado con delito, ética cívica con moral particular y dogmas de fe con razón compleja. Ante este panorama debería resultar más evidente que nunca que no hay mejor garantía de los derechos de todos, y muy especialmente de las mujeres, que desde una concepción laica y republicana de la democracia.
la mitad de la ciudadanía, como menores de edad. Necesitadas siempre de la tutela de un varón que hable por ellas y de unas estructuras jurídico-políticas que, bajo el pretexto de su protección, reduzcan al mínimo su autonomía. Una concepción que es fácil detectar en muchos de los discursos imperantes en esta era posmachista que nos ha tocado vivir. En esa negación de la capacidad de las mujeres
El proyecto de ley de protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada, cuyo título habla por sí solo, es el mejor ejemplo de las dos transiciones que todavía están pendientes en nuestro país. La primera la que aún no nos ha permitido forjar una ética cívica, apoyada en los valores constitucionales y en los derechos fundamentales, y desligada de morales particulares que en una democracia no pueden imponerse a la totalidad. La confesionalidad encubierta del Estado y la complicidad de los dos grandes partidos con la jerarquía eclesiástica sigue siendo un lastre para un ordenamiento que deberían garantizar la pluralidad de cosmovisiones y, por tanto, ser un amplio marco para que cada cual desarrolle libremente su personalidad. En segundo lugar, nuestro país y con él sus instituciones sigue mostrando con frecuencia las fauces del patriarca que continúan dominando el orden cultural y ocupando mayoritariamente el poder. De ahí las permanentes dificultades todavía de las mujeres para ejercer con plenitud la ciudadanía y la fragilidad de unas conquistas por las que es necesario pelear diariamente.
Es curioso como en casi todos los debates a los que he asistido sobre la regulación del aborto ha habido algún varón que ha reclamado un mayor protagonismo en la cuestión. A estos hombres tan preocupados por la reproducción de la especie y por su rol de potenciales padres, habría que convencerlos de que nuestro compromiso debería situarse en la defensa de los derechos de nuestras compañeras. De su libertad ideológica, de su capacidad de autodeterminación, de su libertad sexual y reproductiva, de su derecho a decidir sobre su maternidad. Desde su consideración como sujetos titulares de derechos y no víctimas tutelables, mayores de edad y no menores atadas por sus condiciones biológicas. Algo que además parecía bien claro en nuestro país desde que en 1985 el Tribunal Constitucional distinguió entre la protección del bien jurídico "nasciturus" y la de la mujer cuyos derechos prevalecen en determinados casos. Una persona a la que ni siquiera se le puede exigir una carga mayor de la habitual como la que supondría tener un hijo con unas condiciones de vida indignas.
A todos los ciudadanos demócratas de este país, con independencia de su moral particular, debería como mínimo sorprender la reapertura de un debate que la sociedad española había zanjado y que con la regulación del 2010 había alcanzado unas dosis bien equilibradas de garantía de los derechos y los bienes jurídicos en conflicto. Reabrirlo para poner en duda lo que jurídicamente estaba consolidado y, sobre todo, para cuestionar la autonomía de las mujeres, debería ser motivo para que todos y todas nos rebelásemos contra unos representantes que viven más cerca de los púlpitos que de la calle. Convencidos de que la reforma Gallardón supone un ataque frontal al estatuto de ciudadanía de las mujeres y, por lo tanto, una bofetada eclesiástica al rostro hoy cada vez más maltrecho de nuestra democracia.

EL FEMINISMO COMO PROPUESTA CRÍTICA Y EMANCIPADORA

$
0
0
HAY TANTO POR HACER, HAY TANTO QUE APRENDER

Ayer domingo pasé un rato estupendo hablando en el Centro Social Rey Heredia - un espacio que
frente al poder los colectivos sociales están haciendo suyo - sobre el concepto, los orígenes y los retos del feminismo. Lo hice ante un público joven, que me siguió con mucho interés, con muchas preguntas... Demostrando que pese a lo crítico del momento, hay todavía esperanza. Que es posible la "revolución" y que para ello hace falta información, formación y participación.  Y me alegró que hubiera muchos varones entre el público. Porque el feminismo no es cosa de mujeres, es cosa de demócratas.


Todo eso mientras que justo al lado se desarrollaba el "patético" Mercado Romano... donde los cordobeses y las cordobesa eran tratados como consumidores/as y no como ciudadanos y ciudadanas...

Video de la charla:
http://www.youtube.com/watch?v=lAeMfW9Ofow&feature=youtube_gdata_player

CÓRDOBA DE LOS MERCADERES

$
0
0
Columna Radio Córdoba, CADENA SER
Viernes 31 de enero de 2014


Comprar, vender, consumir. Todo se compra y se vende. Habitamos un gigantesco mercado en el que gana el más fuerte. Oferta y demanda, el huevo y la gallina. Da igual que el vendedor vaya con faldita romana o con capa medieval. Da igual que sea en la Corredera o al lado del puente. El objetivo es que consumamos y nos entretengamos. Dóciles, mansos, idiotamente felices. En boca cerrada no entran, ni salen, moscas. Más consumidores que ciudadanos. Una masa que parece disfrutar con el olor a fritanga y a perfumes mágicos. 

Esta noche he soñado que el próximo mercado cordobés se celebraba en el desértico C4 y tenía como referente temático a heroínas del tipo Juana Martín. Lo animaban exministras vestidas de faralaes y exalcaldesas enseñando dientes. Y había mucho, mucho billete negro circulando de mano en mano. Menos mal que desperté a tiempo y conseguí escapar de la pesadilla. Menos mal que descubrí a Pepe Espaliú y a Alex Francés en un rincón de la ciudad. Menos mal que me queda Hannah Arendt esta tarde en la Filmoteca. Un refugio en el que es posible ser antes que tener. Donde es posible recuperar, afortunados, el aliento perdido de la ciudadanía. Ese que con tanta frecuencia se evapora en esta Córdoba de los mercaderes. 






CONTRA LA DOCILIDAD

$
0
0
Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 3-2-2014
Una de las mayores crisis que estamos sufriendo en la actualidad es la que deriva de un pensamiento simple, sin matices, reducido a la fugacidad de un eslogan y en muchos casos a los caracteres de un twit. Blanco o negro, o conmigo o contra mí. Todo ello en un contexto de desaparición, o invisibilidad al menos, de voces críticas que sean capaces de poner el dedo en las llagas de nuestras miserias y en las del sistema, que no se conformen con el orden establecido y que miren hacia un horizonte en el que las reglas del juego pudieran ser distintas. Por el contrario, este simulacro de democracia que tenemos alimenta las voces dóciles, mansas, sumisas y políticamente correctas. Las que dicen a los de su bando lo que quieren escuchar, las que no escatiman esfuerzos por arrimar el ascua a su sardina, al tiempo que se atrincheran en la complicidad con el que tiene la batuta. Algunas veces por acción y otras muchas por omisión. Por el camino se pierden los matices, los interrogantes que permiten avanzar, las dudas que obligan a seguir buscando, la valentía que implica decir que no y la superación de la quietud que supone conformarse con lo bueno y no aspirar a lo mejor. De esta manera, la libertad y el pluralismo yacen heridos de muerte y, en el mejor de los casos, reducidos a mera formalidad. Su lugar es ocupado por el pragmatismo y el cinismo. Triunfan los listos y espabilados, no tanto los inteligentes y constantes. Todo vale en esta conjura de mentes domesticadas en la que se acaba imponiendo la ley del que mejor controla las perversas reglas del juego. Homo homini lupus es la pintada que muchos desearían escribir sobre la tumba de Pico della Mirandola.
Necesitamos, ahora más que nunca, rebelarnos frente a ese estado de pobreza intelectual y cívica. Urge que nos despierten del letargo y que nos hagan reflexionar sobre lo importante que es para la democracia conjugar razón crítica y utopía esperanzada. Un doble objetivo que recorre las páginas del último libro de una de esas voces tan necesarias, la del teólogo Juan José Tamayo. En su "50 intelectuales para una conciencia crítica" nos ofrece otros tanto perfiles de mujeres y hombres que no se han instalado cómodamente en la realidad, que han buscado su transformación y que, con frecuencia, han desestabilizado el orden establecido. Todos ellos, a pesar de vivir en distintos momentos del siglo XX, en diversos continentes y de trabajar en ámbitos dispares, comparten su sentido crítico, su perspectiva laica, su actitud heterodoxa y su mirada al futuro. De ahí, como es fácil deducir, sus en muchos casos enfrentamientos con el poder y hasta su persecución por parte de aquellos que no asumen que no hay democracia sin libertad de conciencia ni pluralismo.
Aunque el mismo Tamayo define su obra como una especie de "biografía religiosa colectiva del siglo XX", y aunque es cierto que en ella predominan los teólogos y las teólogas, su propuesta va más allá. Porque en sus páginas encontramos argumentos para reconstruir los espacios políticos, para revisar el sentido pervertido de la justicia, para cuestionar el orden patriarcal y las jerarquías que derivan de un mundo desigual. Es por tanto también una obra radicalmente política, comprometida, esperanzada en el sentido más positivo de este término. A la manera de Ernst Bloch. Un libro que demuestra la necesidad de romper fronteras, de asumir lo transdiciplinar, de incorporar la mirada lúcida y transformadora del feminismo, de insistir en la lógica emancipadora de los derechos humanos y, al fin, en la necesidad de reinventar la democracia. De ahí que debiera ser de lectura obligatoria en escuelas y universidades donde, si no me equivoco, debería fomentarse por encima de todo lo que Tamayo pide a gritos en su última obra. Escuchémosle. Nos va la vida en ello.

LA HERIDA

$
0
0
Ana tiene un trastorno límite de la personalidad. Paradójicamente en su trabajo cuida y está pendiente de los demás, pero en su vida personal es incapaz de relacionarse y, sobre todo, es incapaz de cuidarse a sí misma. Vive en un permanente estado de autodestrucción, de zozobra, de miedo a encontrarse en el espejo. Sola. Rodeada de gente pero aislada. Necesitada de comunicarse con otros pero prisionera de sí misma. Incapacitada para moverse en un mundo en el que se siente una extraña. 

La historia de Ana es la que nos cuenta el primer largometraje del sevillano Fernando Franco. Sorprende la madurez con que el director se ha acercado a un personaje tan difícil y como ha construido un relato que corría el riesgo de caer en el exceso o de quedarse en la frialdad caligráfica. Franco ha tenido el gran cierto de hacer una película sincera, honesta, en la que no pretende demostrar su protagonismo, ese vicio tan habitual en directores jóvenes y no tan jóvenes. Ana es la verdadera y única protagonista. La cámara está a su servicio. Y todo lo que la rodea es discreto, útil, apenas perceptible, suave. Lo importante es que el espectador mire el rostro de Ana y procure entenderla, que sienta empatía por su dolor, que incluso, aun siendo difícil, pueda reconocerse en ella. Porque ese es el gran mérito de LA HERIDA: sentir como espectadores que tal vez no estamos tan lejos de Ana, que su infelicidad puede tener muchos puntos de cercanía con la que muchos de nosotros sentimos en ocasiones, que su trastorno quizás no sea tal sino más bien el síntoma de unos tiempos de relaciones líquidas y de egoísmos que nos hacen autodestructivos. Que la herida que rompe en dos la serenidad de la protagonista es bastante similar a la que nos cubre de lágrimas cuando andamos como náufragos por la ciudad.

Ese proceso empático no sería posible sin la prodigiosa interpretación de Marian Álvarez. Llevaba tiempo queriendo ver esta película por lo mucho y bien que había leído sobre ella, aunque tenía miedo a que la historia me incomodara y me provocara más dolores de los necesarios. Ahora que al fin he superado esa barrera, reconozco que su trabajo se merece todos los premios del año y espero que el próximo domingo se lleve el Goya (aunque eso suponga arrebatárselo a mi adorada Inma Cuesta). Su rostro, su presencia, su voz, su estar sin excesos, su contención y su emoción, hacen que uno no pueda olvidar fácilmente a una mujer como Ana. Tal vez, insisto, porque acabamos reconociendo en ella muchas heridas propias a las que no nos atrevemos a ponerle nombre. 


LOS DERECHOS LGTBI SON TAMBIÉN DERECHOS HUMANOS

$
0
0
Durante más de dos siglos las mujeres lucharon para que al menos formalmente se reconociera que sus derechos eran también derechos humanos. Ese reconocimiento no se produjo en el Derecho Internacional hasta la década de los 90 del pasado siglo. Un largo y arduo camino en el que las mujeres, y junto a ellas muchos hombres cómplices, tuvieron que batallar contra unas estructuras patriarcales que las situaban en los márgenes. Obviamente este proceso dista mucho de haberse concluido, máxime cuando la crisis actual está afectando de manera singular a las mujeres al tiempo que asistimos a un renacimiento de posiciones y actitudes “neomachistas”.  El movimiento reivindicativo de las mujeres y los logros que han ido alcanzando a nivel jurídico y social son la mejor prueba de que los derechos humanos son, como los definió Joaquín Herrera, “procesos de lucha por la dignidad”.  Por lo tanto, no se trata de estados definitivos y permanentes sino más bien de dinámicas que están en permanente ebullición y también, no lo olvidemos, en permanente peligro de lesión. De ahí que en materia de derechos no sea posible bajar la guardia y mucho menos pensar que lo conseguido es irreversible.

En ese proceso de lucha y progresiva conquista llevamos también décadas inmersos las mujeres y los hombres del colectivo LGTBI, hasta el punto que, como bien lo explica Frédéric Martel en su imprescindible Global Gay, la diversidad afectiva y sexual constituye la “nueva frontera” de nuestra época. Una frontera que se sitúa en el mismo foco de lucha que durante siglos han tenido y siguen teniendo las mujeres, es decir, el orden patriarcal construido sobre la heteronormatividad y sobre la exclusión de quienes no se ajustaban a ella. En los últimos años hemos asistido gozosamente al progresivo reconocimiento en diferentes países de un estatuto de ciudadanía que los ordenamientos negaban a quienes no se ajustaban al patrón heterouniversal. A pesar de las resistencias, de las diferentes velocidades, de la necesaria contextualización de la lucha del colectivo, los derechos LGTBI se han instalado en primera línea de la agenda internacional y creo que, afortunadamente, este proceso es ya irreversible. Por mucho que sigamos encontrando piedras en el camino y , por supuesto, sin que olvidemos que ese proceso exige un trabajo diario de defensa y promoción.

El pasado 4 de febrero el Parlamento europeo aprobó un completo informe en el que plantea una hoja de ruta de la Unión Europea contra la homofobia y la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género. Ante la ausencia de una política global de protección de los derechos fundamentales de las personas LGTBI, se recomienda la actuación en una serie de ámbitos – el empleo, la educación, la atención sanitaria, el acceso a bienes y servicios, la especificidad de las personas trans e intersexuales; la ciudadanía, las familias y la libertad de circulación, la libertad de reunión y de expresión, la incitación al odio y los delitos motivados por el odio, el asilo – en los que se sigue constatando la discriminación. A pesar de que instrumentos como éste no tienen un efecto directamente vinculante, como sería lo deseable que finalmente se lograra en el ámbito comunitario, tiene una gran importancia que las instituciones europeas se sitúen en primera línea de defensa de estos derechos y, entre otras cosas, “le saquen los colores” a aquellos Estados que siguen sin entender que sin efectiva igualdad de todos y de todas no puede haber democracia. Una vez marcada la hoja de ruta, es el momento en el que los poderes públicos estatales y también la sociedad civil, los movimientos sociales, la ciudadanía en definitiva, la asuma como parte del proyecto transformador de un modelo de convivencia que sigue marcando jerarquías en función de la afectividad y la sexualidad de los individuos. Para ello hará falta, como condición indispensable, mucha pedagogía y mucha movilización social. Más de la que podríamos pensar si tenemos en cuenta el contexto reaccionario y neoconservador que en materia de igualdad estamos viviendo en países como el nuestro. Una pedagogía que debería empezar por explicarles a los diputados del PP europeo que votaron en contra de este informe que el reconocimiento y la garantía de los derechos LGTBI no es una cuestión ideológica, como tampoco ajena a los intereses de la Unión Europea. Se trata nada más y nada menos que de una cuestión de derechos humanos, o sea, de democracia. Por lo tanto se inserta en el corazón mismo del proyecto europeo y en el de cualquier programa político que crea de verdad en la igualdad de todos los seres humanos. Lo contrario es una esquizofrenia que revela que las ideologías no han muerto y que algunas de ellas rozan el límite de lo que el pluralismo democrático debería amparar.


Viewing all 942 articles
Browse latest View live