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UN CANTO, KITSCH, A LA LIBERTAD SEXUAL

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BEHIND THE CANDELABRA
Steven Sodebergh, 2012

Siempre me ha despistado el cine de Steven Sodebergh, el cual ha hecho buenas películas pero también  mucha mediocridad y mucha obra puramente alimenticia. Es siempre, en todo caso, un director de pulso firme y que sabe contar historias. No esperaba pues mucho de este telefilme que fue aclamado en el pasado festival de Cannes, aunque sí que me llamaba la atención la historia del pianista conocido como Liberace. Una vez disfrutada, sí que puedo afirmar que estamos, sin duda, ante una de las mejores películas del director de "Sexo, mentiras y cintas de video". 

La historia era en sí un puro diamante. Se trataba de contar la vida del pianista Liberace (1919-1987), conocido por el delirio kitsch de su puesta en escena ( y de su vida en general), incluido el candelabro artificial que nunca faltaba, y que siempre se empeñó en ocultar su más que evidente homosexualidad dejando que su publicista le buscara novias que nunca tuvo. Un material que podría haber llevado fácilmente al exceso, a la superficialidad de un telefilme vespertino o a un dramón con pretensiones de "buen cine". Nada de eso sucede con esta película. Sodebergh ha sabido usar el potente material biográfico del que partía y ha construido una historia equilibrada entre la comedia y el drama y con una recreación perfecta de los personajes. Consiguiendo finalmente el efecto más positivo de una buena película: que acabamos cogiéndoles cariño, comprendiéndoles incluso en sus miserias, sintiéndonos cómplices de su periplo vital.

BEHIND THE CANDELABRA nos muestra a un hombre exitoso, brillante, excesivo, pero que al  mismo tiempo es prisionero de sí mismo, de su personaje y, por supuesto, de su soledad. Es un hombre aparentemente libre, pero que sin embargo carece de la libertad necesaria para ser él mismo y sobre todo para entablar relaciones con los demás no condicionadas por su "personaje". La película se centra en la relación de Liberace con el jovencito Scott, con el que mantiene una historia que pasa por los diferentes grados del amor y del deseo y que, como era de esperar, acaba saltando por los aires porque es imposible vivirla en la cárcel de oro - tremendamente kistch - en la que el pianista vive encerrado. 

Los dos mayores aciertos de la película son, de una parte, cómo Sodebergh nos va contando esa historia sin caer en el melodrama ni en la obviedad, mimando y buscando todos los matices de los dos personajes principales; de otra, las interpretaciones de Michael Douglas y Matt Damon que dotan de autenticidad a Liberace y Scott, tarea nada fácil y en la que habría sido muy fácil, sobre todo en el caso de Douglas, caer en caricatura. Nunca me ha gustado especialmente este actor ni recuerdo especialmente personajes interpretados por él, pero en este caso consigue una interpretación sublime, impresionante, de esas ante las que uno no sabe bien donde acaba el actor y donde empieza el pianista.  A su lado, Damon aporta todos los matices de un joven primero deslumbrado  y luego progresivamente agobiado en una historia en la que pasa de ser amante y chico para todo a hijo adoptivo. 

Una película a ratos divertida, a otros amarga y que finalmente nos hace reflexionar sobre algo que puede resultar muy obvio: la necesaria libertad para poder construir relaciones verdaderas. De ahí que BEHIND DE CANDELABRA acabe siendo un canto a la libertad sexual, a la necesidad de quitarse máscaras y de rebelarse contra los personajes. Algo que finalmente Liberace no tiene más remedio que hacer cuando, al final de su vida, lo vemos postrado en una cama y sin la peluca que siempre llevó. Olvidado el candelabro artificial que siempre lo iluminaba en sus conciertos.

LA REINA DE LAS FIESTAS

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Publicado en el BLOG MUJERES de EL PAÍS (23 agosto 2013)

http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/08/la-reina-de-las-fiestas.html


Vivimos, sin duda, tiempos de neomachismo. Y no sólo porque las conquistas que creíamos irreversibles en materia de igualdad de género corran el riesgo de ser aniquiladas por la crisis y el triunfo del neoliberalismo, sino también porque el lenguaje moral de nuestra sociedad sigue prorrogando, en muchas ocasiones bajo el disfraz de lo políticamente correcto, la diferenciación jerárquica que durante siglos ha determinado el lugar de mujeres y hombres en la sociedad. De esta manera, y aunque es indudable que las mujeres han ido alcanzado determinadas cuotas de autonomía e incluso de poder, siguen estando condicionadas por un mandato de género que tiende a cosificarlas, a convertirlas en objeto sexual, a someterlas a los dictados de un canon estético que las tiraniza y les niega la cualidad de sujetos.
La mayoría de las culturas, y no digamos de las religiones, han contribuido de manera singular a mantener ese rol subordinado de las mujeres, el cual se ha traducido a lo largo de la historia en rituales e imágenes que han negado su subjetividad y las han mantenido calladas, dispuestas a ser observadas y deseadas, pero sin capacidad para abrir la boca o hacer expresa su inteligencia. En este sentido bastaría hacer un recorrido por muchas de las tradiciones de nuestros pueblos para descubrir esos ritos, esa simbología, ese papel que se prorroga y se justifica en la historia sin que haya la valentía de cuestionar su oportunidad en pleno siglo XXI.
En estos meses de agosto y de septiembre, en los que las fiestas se multiplican por nuestra geografía, sigue siendo fácil encontrar rastros de esa cosificación de la mujer. Así, no me ha resultado del todo extraño leer en un periódico digital que el Ayuntamiento de Estepa recupera este año, tras haberse interrumpido en 1982, la tradición de elegir a una Reina de las Fiestas y a su corte de honor. “Un jurado compuesto por personas de relevancia en el ámbito de la belleza y la moda, tanto de Estepa como de otros pueblos de la provincia, determinará quiénes van a seguir en su intento de alzarse con el título de Reina de la Feria 2013 en la primera edición que se celebra desde que en el año 1982 se interrumpiera el certamen”, ha dicho el Ayuntamiento estepeño en nota de prensa.
Una noticia que, insisto, no me ha sorprendido, porque en mi pueblo, Cabra, al sur de la provincia de Córdoba, al igual que en otros muchos de esta Andalucía tan patriarcal, esta tradición se ha mantenido hasta el día de hoy y ha sido incluso potenciada por gobiernos municipales que decían defender la igualdad de género en sus programas electorales. Las jóvenes egabrenses, al igual que supongo este año las estepeñas, tienen la oportunidad de lucirse durante varios días en los que se valora más su belleza que su inteligencia, en los que lucirán varios modelos con los que tratarán de emular a las top de moda y en los que lo mismo harán el saque de honor de un partido de fútbol que lucirán mantilla en actitud de recogimiento delante de la patrona. Ante tal cúmulo de despropósitos, que me retrotraen a los años del franquismo en los que eran las señoritas de buena familia las elegidas para tal honor, no sólo me cuestiono la lucidez de unos equipos de gobierno que amparan estas tradiciones sino también la misma actitud de unas jóvenes que siguen estando dispuestas a lucir palmito y a sentirse por unos días las princesas del cuento. Algo, sin duda, hemos hecho mal en estas décadas en materia de educación igualitaria.
Puestos a mantener las tradiciones, y siendo fieles a los objetivos paritarios que nuestro ordenamiento insiste en perseguir, lo suyo sería que en todos estos pueblos que siguen empeñados en mantener ese ritual, fuéramos también los chicos incorporados en igualdad de condiciones. De esta manera, reina y rey, y la correspondiente corte de infantas e infantes, compartirían el brillo de lo superfluo y harían las delicias de todas y de todos, con independencia de la orientación sexual y de los deseos del respetable. En este sentido, la reciente noticia de que una transexual haya sido elegida como dama en las fiestas de Almendral representa, sin duda, una ruptura como mínimo sorprendente y digna de aplauso. Ahora bien, como yo no entiendo la paridad como la extensión a la mitad de la humanidad de las mismas tonterías hechas por la otra mitad, optaría por la eliminación de unas tradiciones que durante décadas han convertido a las mujeres en mero objetoexpuesto a las miradas del público. Y ello porque también los gestos, las imágenes, los rituales, alimentan un orden cultural que tanto esfuerzo está costando erosionar. De ahí que, de la misma manera que somos extremadamente críticos con las costumbres de otras culturas que denigran a la mujer, le tapan el rostro o le niegan la palabra, deberíamos empezar por serlo con las que en nuestra propia casa avalan la concepción de las mujeres como, Amelia Valcárcel dixit, “el sexo que debe agradar”. De lo contrario, las ventanas seguirán estando rotas y será un peligro para las mujeres. Porque, como bien explicaCaitlin Moran en el imprescindible Cómo ser mujer, "basta dejar una ventana rota sin reparar en un edificio vacío para que los más vándalos empiecen a romper las demás. Al final se colarán en el edificio, y encenderán fogatas o se convertirán en okupas". De ahí que haya llegado el momento de que las mujeres inicien, como reivindica la británica, "su propia política de Tolerancia Cero con las Ventanas Rotas de su vida." Una política de tolerancia cero "con esa Mierda De Ventanas Rotas del Patriarcado".

RAGAZZO SOLO, RAGAZZA SOLA

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 IO E TE
Bernardo Bertolucci, 2012

Dos hermanos perdidos, un adolescente solitario y una joven drogadicta, comparten sus soledades y miserias en un sótano. Cada uno, a su manera, es incapaz de relacionarse con el mundo y de afrontar con madurez la vida que le ha tocado vivir. Ese encuentro de apenas unos días tal vez les sirve para darse cuenta de que todos, de una u otra manera, acabamos estando solos en medio del asfalto y que el secreto de la vida consiste en armarse de valor para sobrevivir a ese destino. Aunque al final no sepamos si realmente la lección ha calado en sus adentros.

Io e te, basada en una novela corta de Niccolò Ammanitini, nos vuelve a traer al Bertolucci más íntimo, al hacedor de películas casi de "cámara", experimentales incluso, en las que suele bucear en las profundidades del alma humana. Y aunque no estemos ante una de sus grandes obras, es prodigioso descubrir como un creador con su trayectoria, y a sus años, sea todavía capaz de hacer una película como ésta, tan auténtica, sin vanidad, alejada de lo que hoy es mayoritario en las pantallas de cine.

Io e te tiene una clara conexión con otras obras de Bertolucci - Soñadores, Asediada o incluso El último tango en París -, ya que vuelve a presentarnos a pocos personajes, en este caso sólo dos, en un espacio reducido, frente a frente, y mostrando sus pasiones y sus miserias ante la cámara. Lo peor de la película es que se queda corta en todo lo que podía haber dado de sí el encuentro de esos dos hermanastros que andan a la búsqueda de sí mismos. Hasta el final abierto, que en otros casos habría sido el cierre perfecto, nos deja con la sensación de que la historia nos ha sabido a poco. De que había mucho más que explorar en el alma de Lorenzo y de Olivia. Dos personajes que deben mucho de su fascinación a los rostros de los dos jóvenes actores que los interpretan, Tea Falco y sobre todo un Jacopo Olmo Antinori que parece recién sacado de una película de Passolini.

Sólo por verlos a ellos dos en la escena en que suena la versión en italiano del Space Oddity de Bowie, y que se titula como el que podría haber sido el título de la película Ragazzo solo, ragazza sola, merece la pena bajar a este sótano y dejarse llevar por una manera de hacer cine y de contar historias que sólo los grandes dominan (http://www.youtube.com/watch?v=DCopS6BmZ0Y)




LA JAULA DE MURIELLE

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À PERDRE LA RAISON, Joachim Lafosse, 2012



Perder la razón nos cuenta la historia de una mujer atrapada en un mundo de hombres. La joven Murielle - impresionante Emilie Dequenne - se casa con un chico de origen marroquí que fue adoptado por un médico belga. Lo que inicialmente se plantea como una romántica historia de amor se va transformando paulatinamente en un drama, a medida que la protagonista se hunde en un espacio vital que tiene que compartir no sólo con su marido sino también con el médico protector.  Convertida en una fiel esposa y madre, Murielle va progresivamente asfixiándose en un entorno que le niega autonomía y que la somete a las directrices del patriarca. Se siente inicialmente feliz y llena cuando llega la primera hija, pero luego cuando lo hace la segunda, y luego dos más, empieza a perder el rumbo y a sentir eso que desde el feminismo tan acertadamente se llamó "el mal que no tiene nombre".

Asistimos al deterioro físico y moral de una chica que se dejó llevar por el amor y que ve cómo el contrato le niega subjetividad y la convierte en mera servidora de los hombres que la protegen y de las hijas que debe cuidar. De manera pausada, sutil, sin estridencias, con una mirada que incluso podemos considerar muy próxima a la contundencia de Haneke, el director belga J. Lafosse nos va conduciendo por los senderos de un drama que crece día a día. Hasta llegar a un límite insospechado. Un límite que nos obliga a plantear un enorme dilema moral y que nos enfrenta a una de las situaciones más terribles que puede sufrir un ser humano.

PERDER LA RAZÓN, que empieza precisamente con una imagen que nos adelanta la tragedia final, nos cuenta la historia de una mujer que, como tantas, pierde el equilibrio emocional pero no porque padezca una enfermedad sino como consecuencia de un contexto patriarcal que la anula y que le rompe las alas.

PERDER LA RAZÓN encierra una tremenda y durísima reflexión sobre la definición de la mujer como madre, sobre los límites del amor que genera la maternidad y sobre los deberes que acaba implicando para muchas cumplir las expectativas que se esperan de ellas.

Además de por el trágico final que, insisto, nos coloca frente a uno de los mayores dilemas morales que cualquier padre o madre podría plantearse, la historia se resume cinematográficamente hablando en una bellísima escena en la que Murielle, conduciendo, en un largo plano fijo, escucha una canción que habla de la complejidad de las mujeres. Poco a poco las lágrimas empiezan a escapársele y acaba sumida en un llanto que nos muestra la jaula que está encerrada. Ese llanto es el de otras muchas mujeres. Es el llanto de la violencia sufrida y callada.  La que se muestra en una bofetada pero también en otros muchos comportamientos y actitudes que, como en el caso de Murielle, asfixian progresivamente a las mujeres que un día creyeron que el amor, y tras él la maternidad, podría salvarlas. El que surge como consecuencia de los excesos que la "razón patriarcal" ha provocado y sigue provocando en el cuerpo y en el alma de las que fueron siempre la parte débil del contrato.


EL FUTURO DEL SOCIALISMO ANDALUZ

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Las fronteras indecisas

Diario CÓRDOBA, 2-9-2013


La historia que les voy a contar, basada en hechos reales, es la de dos jóvenes andaluces cuyas vidas corren en paralelo. Ella tuvo desde pequeña muy claro el sentido del esfuerzo y la responsabilidad. Asumió rápido que todo lo que consiguiera sería el resultado de su propia lucha, máxime cuando siendo mujer los obstáculos serían mayores. Por ello no dudó nunca en prepararse para ser no buena sino la mejor y se consagró a encontrar en el estudio la llave de su futuro. Hizo dos carreras al mismo tiempo, participó activamente en la vida universitaria, aprendió otras lenguas y completó su formación con cualquier actividad que hiciera crecer sus alas. También desde muy jovencita fue una mujer comprometida con determinados valores y empeñada en trasformar este mundo. De ahí que se afiliara a las juventudes de un partido que, al menos en teoría, decía defender principios que ella siempre consideró irrenunciables: la igualdad, la solidaridad, la justicia social.
El también se sintió desde pequeñito un auténtico animal político. Cuando empezó a estudiar en la Universidad, descubrió que su lugar era la representación estudiantil y en ella empezó a forjar su futuro en el que él se veía como un líder. Como buen representante estudiantil, no sólo descuidó la carrera sino que también aprendió muy pronto a arrimarse al sol que más calentaba y a procurar salir siempre en la foto. En ese camino fue aprendiendo unas cuantas consignas que, cual estribillo, repetía insistentemente. Sin que le importara mucho descubrir que la servidumbre a la organización fuera la mejor manera de escalar posiciones.
Ella y él, que acabaron coincidiendo en el mismo partido, se enfrentaron en muchas ocasiones. Aunque las razones fueron múltiples, la raíz de todos los enfrentamientos no fue otra que la distinta manera que tenía de concebir la política. Mientras que ella se empeñaba en invertir trabajo, esfuerzo e ideas para cambiar las cosas, él prefería mirar preferentemente su ombligo y dejarse llevar por el eslogan de turno. Ella, siempre crítica y rebelde, fue cada más vez arrinconada e incluso en ocasiones vetada. El, sin embargo, se convirtió en el chico que servía lo mismo para un roto que para un descosido. Y así fue saltando de cargo en cargo, todos ellos de designación digital obviamente, y disfrutando de privilegios impensables para un joven de su edad. Desde un sueldazo que ya quisiera yo para mí hasta los derivados de la erótica del poder.
Mientras que él se convertía en asesor y en voz indispensable en las cavernas del partido, y dejaba aparcada la licenciatura, ella finalizó brillantemente sus estudios y un máster de dudosa utilidad para su futuro, mientras contemplaba indignada cómo el país que tanto quería le iba cerrando puertas. Desesperada de buscar, y más que harta de un partido que podría haberla colocado si hubiera sido más sumisa, decidió marcharse, como tantos otros jóvenes de su generación, al extranjero. Lleva unos meses cuidando niños en un país en el que espera tener las oportunidades que aquí le negaron. Mientras tanto él, que ocupa un nuevo cargo, imagino que estará a las expectativas de los cambios que se avecinan en el partido, aunque bien sabe que en esa estructura se es muy fiel a Lampedusa.
Me gustaría que el final de esta historia fuera muy distinto al que previsiblemente tendrá. Me gustaría que ella volviera a Andalucía y pusiera toda su sabiduría al servicio de nuestro progreso. Incluso me gustaría que fuera la primera presidenta de la Junta que entendiera la política como un servicio y no como una profesión. Como me gustaría que él, al menos una vez en su vida, sintiera el desasosiego que siente cualquier joven cuando envía por email su CV a la espera de que un empresario le ofrezca unas prácticas de moderna explotación. Y que lo contrataran, para que así entendiera mejor donde deberían estar las raíces del socialismo.

EL EFECTO GRIÑÁN

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LAS FRONTERAS INDECISAS
Diario Córdoba, 16-9-2013

El nombramiento de Griñán como senador, que ha venido a ser el último eslabón de la cadena de desatinos protagonizados por el PSOE andaluz, ha tenido la virtud de ser un acto que pone de manifiesto muchos de los males que aquejan a la vida pública española. De entrada, y sin que sea necesario insistir en una cuestión sobre la que se han escrito miles de páginas, vuelve a llamarnos la atención sobre la urgencia de reformar un Senado cuya composición y funciones son más un lastre que una oportunidad. Solo desde el avance en la construcción federal del Estado tendría sentido mantener una segunda cámara, que por supuesto no debería seguir siendo cementerio de elefantes y redil de privilegios. Porque, y esa es la segunda cuestión que clama al cielo, ya va siendo hora de que eliminemos estatutos jurídicos singulares como el de los aforamientos que, además de no tener sentido alguno en pleno siglo XXI, rompen con el principio de igualdad y contribuyen a mantener la concepción de la clase política como una casta blindada. Una reforma, a mi parecer, mucho más necesaria y urgente que la recién aprobada Ley de Transparencia, la cual es la gran demostración del fracaso de los mecanismos de control del sistema parlamentario. Como nuestros representantes no son capaces de ajustarse a los mecanismos del Estado de Derecho, como tampoco a las exigencias de una mínima ética pública, aprueban una ley con la que creen que lograrán recuperar buena parte de la credibilidad perdida. Sin darse cuenta de que dicha ley no sería necesaria si tuvieran una catadura moral de la que carecen.


Por otra parte, la designación de Griñán como senador vuelve a ponernos de manifiesto uno de los más vergonzantes males de nuestra democracia. Me refiero a la profesionalización de la clase política y a la conversión de lo público en una carrera que no entiende de división del poder también en términos de tiempo. Nuestros partidos siguen empeñados en desconocer tal exigencia y, así, prorrogan las trayectorias de aquellos y de aquellas que deberían saber cerrar un capítulo de sus vidas. Un reto obviamente complicado para el que no tiene profesión conocida al margen de la política pero también para aquellos que, teniéndola, no se atreven a renunciar a los privilegios que disfrutan y a un estatus que tal vez de otra manera no tendrían. En este sentido, habría sido un sanísimo ejercicio de honestidad personal que Griñán se hubiera ido a su casa, máxime si como subrayó una y otra vez eran razones familiares las que le obligaban a dejar el cargo. Su empeño en seguir teniendo aunque sea una pequeñísima cuota de poder levanta como mínimo la sospecha de que el término "familiares" debemos entenderlo en su acepción "siciliana".
Y, por último, aunque no menos importante, toda esta representación a la que hemos asistido en la vida pública andaluza en las últimas semanas pone de manifiesto que nuestros políticos nos siguen tratando como idiotas o, al menos, como menores de edad que acatan pero que no comprenden las decisiones de sus mayores. Afortunadamente, y es uno de los pocos efectos positivos de la crisis, la ciudadanía está empezando a despertar, entre otras cosas porque ha dejado de vivir en el limbo de nuevos ricos que entre todos nos habían construido, y cada vez tolera menos los excesos de unos políticos que carecen de altura moral y que parecen no haber aprendido todavía las lecciones básicas de la democracia. Por todo ello, lo que ha pasado en Andalucía delante de nuestras narices, hartas ya de oler tanta mierda, nos da razones a muchos para no votar o votar en blanco en la próxima ocasión en la que, como a marionetas, nos vuelvan a repetir el estribillo de que la soberanía reside en el pueblo. Convencidos de que hace falta una revolución que se lleve lo podrido y nos traiga más y mejor democracia.

"La nueva vuelta de tuerca que representa la Ley Wert es un pasito más hacia el precipicio". Entrevista en la revista ESCUELA

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Ha sido un auténtico lujo ser entrevistado por Juan José Tamayo, Catedrático de Teología de la U. Carlos III de Madrid, y por su hijo Roberto, en el primer número de septiembre de la revista ESCUELA. Una entrevista en la que hacemos un repaso por temas como mi vocación docente, la situación de la enseñanza en nuestro país o mis posicionamientos feministas al hilo de mi libro "Masculinidades y ciudadanía".

EL VÍA CRUCIS MAGNO o el magno fracaso de la democracia

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Columna Radio Córdoba, Cadena SER
19-9-2013

Soy de los que me alegré del triunfo desbordante que supuso el Vía Crucis Magno del sábado pasado, pese a los vergonzantes fallos organizativos que tuvo. Nos equivocaríamos si tratáramos de negar el enorme potencial religioso, cultural y económico que el mundo cofrade tiene en esta ciudad. Al contrario de lo que insistentemente hacen las minoritarias tribus posmodernas, deberíamos potenciar los diálogos y  las lecturas contemporáneas de un fenómeno que va más allá de las creencias. Tal vez algunos deberíamos preguntarnos qué hemos hecho mal para que otro tipo de iniciativas – culturas, políticas, ciudadanas – no tengan la misma capacidad de movilización.


Porque, y ese es el sabor agridulce que me dejó la apoteosis barroca del sábado, me inquieta que los vecinos y las vecinas de Córdoba no sean capaces de movilizarse por otras razones y sólo salgan en masa a la calle cuando hay un santo o un equipo de fútbol por medio. Algo que clama al cielo en un momento como el presente en el que sobran los motivos para ocupar las plazas. En este sentido, el Vía Crucis fue también la magna demostración de cómo ha fracasado la democracia y de cómo nos falta el pulso cívico necesario para hacer que las calles no sean sólo el escenario de botellones bendecidos y verbenas confesionales.

HOY EMPIEZA TODO... UN AÑO MÁS

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Hoy empieza un nuevo curso universitario. Vuelvo aulas y, pese a los años de experiencia, continúo sintiendo el mismo cosquilleo nervioso que las primeras veces. Cada año que pasa asumo con más militancia la responsabilidad social que tengo como docente y empiezo mis clases con el ánimo de que mi alumnado, como mínimo, adquiera eso que llamamos "sentimiento constitucional". En el contexto que nos toca vivir siento además la necesidad de ser cada vez más radical con la defensa de unos valores que cada día parecen cotizar menos en el mercado que se ha convertido la democracia. Como cada final de septiembre rejuvenezco porque siento que vuelvo a tener la edad que tienen mis alumnos y mis alumnas.

PD: La foto, tan simbólica y espectacular, es mi peculiar complicidad con el Día internacional de la bisexualidad que hoy se celebra. Un buen día para empezar el que espero sea un buen curso.

UN NUEVO PACTO CONSTITUYENTE

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Las tensiones territoriales provocadas por las reivindicaciones independentistas catalanas y el
debate generado en los últimos días en torno a la conveniencia o no de la abdicación del Rey son una muestra, a la que podrían sumarse otras cuantas, del agotamiento de un pacto constitucional que, lentamente pero sin pausa, se agrieta. Yo fui de los muchos españoles que, por edad, no votamos el 6 de diciembre de 1978 y que, por tanto, no participamos en la definición de un sistema que, entiendo, en aquellos momentos tuvo que responder a las urgencias de la transición a la democracia. No seré yo quien niegue las muchas cosas que entonces se hicieron bien, pero también es necesario subrayar las que dejaron mucho que desear y que son, precisamente, las que llevan ya algunos años poniendo de manifiesto su torpe encaje constitucional. De entre todas ellas la más evidente es la organización territorial del Estado, dejada en el texto de 1978 en manos de un proceso político que durante 30 años ha ido configurando razonablemente bien un mapa autonómico que ni estaba definido de antemano ni se ha ido dibujando teniendo presente un horizonte claro. Al contrario, se ha tratado de un proceso trabado a golpe de impulsos políticos, la mayoría de ellos en clave bilateral, y en el que no sólo se han alimentando los nacionalismos, periféricos y central, sino que también ha generado un modelo prácticamente federal pero con ausencia de los mecanismos necesarios para que el mismo funcione adecuadamente. De ahí la urgencia de cerrar constitucionalmente el proceso, reafirmando su carácter federal, y de revisar el título VIII de la Constitución que en gran medida hoy resulta inaplicable y que en otra buena parte requiere de un acuerdo político que dote al Estado de un marco jurídico a salvo de las controversias políticas. Una dinámica que parecieron abrir las reformas estatutarias realizadas en el presente siglo y que no producirá los efectos deseados si no se acompaña de una reforma constitucional que posibilite que nuestra estructura territorial deje de estar condicionada por las tensiones centro-periferia y, en última instancia, bajo el único amparo de las soluciones más o menos benevolentes que a las mismas proporcione el Tribunal Constitucional. Todo ello, por qué no, podría iniciarse a partir de la negociación que permitiera la consulta catalana,  la cual, con independencia de su resultado, nos obligaría a redefinir el pacto territorial. Un horizonte que, a diferencia de lo que muchos pájaros de mal agüero pregonan, algunos pensamos que sería la única vía para no prorrogar unos debates que consumen tanto tiempo y energías.

Por otra parte, la necesidad de regular con más precisión el estatuto jurídico de la Corona, con especial atención a las funciones del Príncipe de Asturias y a las posibles situaciones de interinidad, debería llevarnos a un debate reclamado por muchos, entre los que me encuentro. No cabe duda de que la opción por una Jefatura de Estado monárquica respondió a las componendas y equilibrios que hubo que realizar en una transición que, tres décadas después, no fue tan idílica como me obligaron a estudiar en los libros de texto. La legitimidad “de ejercicio” que fue adquiriendo el rey Juan Carlos en los años 80 sirvió durante una larga temporada para silenciar un debate tampoco resuelto en nuestro país y que, por otra parte, no sólo la clase política sino también los medios de comunicación mantuvieron en la trastienda con la ayuda de una actitud cortesana y servil. Creo que por las muchas circunstancias que no hace falta repetir aquí ha llegado el momento de, al menos, plantearnos ese interrogante y de tratar de respondernos, en cuanto ciudadanos, que modelo de Jefatura de Estado queremos para el siglo XXI. Tal vez la respuesta vuelva a ser mayoritariamente monárquica, pero seguramente no será a favor de una Monarquía como la que tenemos. En mi caso, y aunque sólo sea por lealtad a los principios de igualdad y legitimidad democrática, la opción sería obviamente republicana. Aunque me temo que hoy, todavía hoy, en nuestro país siguen primando las posiciones políticas pragmáticas, digamos al estilo Victoria Kent, frente a las guiadas por unos principios firmes, como en su día bien nos enseñó Clara Campoamor.

Sólo estas dos cuestiones – a las que podríamos añadir otras muchas como las relaciones con la Unión Europea, el catálogo de derechos fundamentales o la revisión del funcionamiento de algunas instituciones – bastarían para justificar la necesidad de abrir un proceso constituyente. Sin que el contexto de crisis económica que vivimos debiera convertirse en un pretexto para no acometer las reformas necesarias. Al contrario, la crisis debería ser una oportunidad para dar un paso hacia delante en el diseño de nuestro Estado social y democrático de Derecho. Creo, como ciudadano y como constitucionalista, que ha llegado el momento de plantearnos un nuevo pacto constituyente, una redefinición de las reglas que hoy ya no nos sirven para un juego que poco o nada tiene que ver con el del 78. El único obstáculo que frena mi entusiasmo es sin duda la cortedad de miras de una clase política que debería liderar el proceso. Por ello, tal vez, y con carácter previo a esa redefinición que reclamo, habría que plantearse una revolución: la que recupere el pulso de la ciudadanía y provoque la transformación de unas estructuras partidistas que, en vez de alimentar, asfixian nuestra democracia. Sólo entonces, me temo, sería posible comenzar el diálogo. 

LA PIEDRA DE LA PACIENCIA: La voz de las mujeres con burka

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Si alguien a estas alturas tiene dudas de lo que es y significa el patriarcado, y de su pervivencia en determinadas culturas, no debería dejar de ver esta película. En ella, además de los horrores de una región del planeta que parece condenada al conflicto permanente - la guerra como expresión de la omnipotencia masculina - , se nos muestra la cárcel en que viven las mujeres afganas. El ejemplo más radical del sometimiento de la mitad de la humanidad, de la invisibilidad pública (ese rostro que se tapa con un burka nada más salir a la calle), de la humillación permanente. La mujer como objeto en manos del patriarca y sometida, gracias a la confusión de unas normas políticas y religiosas, a sus dictados. La que carece de voz, la callada, "las de afuera" que diría Virginia Woolf.

La protagonista de esta película, sin embargo, toma la palabra. Mientras que desempeña su tradicional papel de cuidadora de un marido que ha recibido un tiro en el cuello y que permanece en coma, saca de su interior todo lo que calló durante 20 años de matrimonio. Su dignidad pisoteada se va recomponiendo a medida que le pone palabras a los dolores que no mencionó, a las mentiras que aguantó, a la violencia de todo tipo de sufrió en su cuerpo y en su alma. De esa manera, y al tiempo que su autonomía va tomando forma en las palabras que al fin salen de su boca, siente cómo hace suya la autonomía que nunca tuvo. Como es capaz de mirar el mundo, su propio cuerpo, con sus ojos y no a través de los de otros. Como incluso puede ser la dueña de sus deseos y disfrutar del sexo. Aunque siempre sienta sobre ella como una losa el peso de la religión y la amenaza del castigo divino.

Según la mitología persa, la syngué sabour es una piedra mágica a la que el hombre le puede confesar todos sus secretos, lo que le permite liberarse de su peso hasta que se rompe. Esa piedra es en la película el marido inmóvil, el patriarca, el rey que se queda sin trono frente a la esclava. La piedra que se desmorona al tiempo que se reconstruye la dignidad de la esposa, de la mujer que nunca la tuvo, de la que siempre vivió bajo la amenaza de no cumplir las expectativas marcadas por el macho. Las que, además, son normas políticas y religiosas, amenazas de castigo eterno, código de una moral para la que ellas sólo pueden ser o santas o putas.

Atiq Rahimi ha hecho, apoyándose en su propia novela, una película que bien podría haber rodado Rossellini. Una película en la que contrasta el retrato de lo público, en el que la cámara se pasea ligera y dinámica, y el del interior de ese hogar resquebrajado en el que se vuelve íntima, serena, angustiosa a veces. Y todo ello de la mano de un rostro prodigioso, bellísimo, capaz de expresar toda la intensidad de las emociones de esa mujer afgana bajo el burka: Golshifteh Farahani, que fue premiada por este papel en el Festival de Gijón, nos transmite todo el dolor de la doble guerra que las mujeres viven en países como Afganistán. La que comparten con la otra mitad y la que sufren de manera exclusiva como parte débil de un contrato que les niega subjetividad. La piedra es pues, también, el orden cultural del patriarcado que, no sin sufrimientos, muchas mujeres como la que sin nombre protagoniza esta película resquebrajan lentamente pero sin pausa. En un movimiento pacífico que algún día, esperemos, acabará con la guerra más cruel que durante siglos ha provocado tantas y tantas víctimas entre la mitad de la humanidad. 



La piedra de la paciencia
Francia, Alemania, GB, Afganistán, 2012
Dirección: Atiq Rahimi
Guión: Jean-Claude Carrière y A. Rahimi, sobre la novela de Rahimi.
Fotografía: Thierry Arbogast
Música: Max Richter
Intérpretes: Golshifteh Farahani, Hamid Djavdan, Hassina Burgan.



LA UNIVERSIDAD DOMESTICADA

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Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 30-9-2013

Empiezo mis clases con el mismo cosquilleo nervioso que la primera vez, entusiasta ante la enorme responsabilidad que asumo, deseoso de transmitir a mi alumnado eso que la doctrina llamó el "sentimiento constitucional" y, sobre todo, la necesidad, ahora más que nunca, de contar con sus mentes despiertas y comprometidas. Les recuerdo que el saber y la inteligencia es también cuestión de entrenamiento, de trabajar al máximo los músculos del alma y de no aceptar la realidad como un dogma sino como un campo de batalla en el que las armas son las preguntas. Les insisto en que me gustaría que fueran hombres y mujeres rebeldes, porque, como bien sentencia Philip Roth,"el pensar es la mayor transgresión de todas" y "el pensamiento crítico es la subversión definitiva".
Pese al entusiasmo que me impulsa cada septiembre, este año me cuesta más que nunca transmitirles la pasión por unos valores que nos amparan y la credibilidad de un sistema que se agrieta lentamente pero sin pausa. Es imposible disfrazar una realidad que huele a podrido y esquivar el pozo hondo y oscuro por el que se hunde el sistema que nos permitió dejar de ser súbditos y convertirnos en ciudadanos. Aunque esta situación crítica me haga más militante que nunca con los principios en los que creo, me resulta tremendamente complicado despertar sus miradas dóciles cuando todo lo que les rodea parece susurrarles esos versos tan machistas que dicen "me gustas cuando callas porque estás como ausente".
Me siento, además, un bicho raro en una institución que parece tan cómplice de este estado de anestesia general. Hace tiempo que asumí con alegría los costes de mi heterodoxia pero eso no impide que me rebele cada día contra los silencios que me rodean, contra la domesticación de tantas cabezas brillantes que se supone deberían estar liderando propuestas y alternativas, contra el letargo de quienes parecen haberse acostumbrado a una actitud reaccionaria, comodona y servil. Esos mismos que, se supone, deben transmitir el cuerpo y el alma de los saberes a los futuros profesionales, pero que parecen no inmutarse cuando permanentemente traicionan el que yo creo que debería ser el verdadero espíritu universitario. Ese que poco tiene que ver con las máscaras de las ceremonias y los encajes rituales, sino el que entronca con la responsabilidad social de una institución que debería ser inconformista, batalladora, incluso revolucionaria.
Nunca en las últimas décadas ha habido más motivos que ahora para que, como universitarios, alcemos la voz y nos convirtamos en referente que resuene en el espacio público y en generadores de alternativas. Sin embargo, lo único que detecto a mi alrededor es un victimismo facilón en el mejor de los casos y un acomodo cínico en muchos de los que, también en esta casa que no es tan impoluta como parece, se benefician de las prebendas con que el poder premia a los que no son aguafiestas. Indudablemente son muchas las carencias que tiene la Universidad española, como muchas son las barbaridades autonómicas que en los últimos años han inflado un sistema insostenible, y como también es cierto que son más de las que parece las aportaciones positivas de muchos que proyectan socialmente su compromiso docente e investigador. Pero, a mi parecer, el mayor mal que nos aqueja es precisamente esa pasividad castradora, la ausencia de liderazgo y la renuncia a ser un motor transformador y hasta subversivo. Una situación que la pesadilla boloñesa, que nos hemos tragado sin rechistar y como adocenados sirvientes, no ha hecho sino alimentar. Por todo ello, el mejor propósito de enmienda que deberíamos plantear si queremos empezar a construir una enseñanza superior de la que nos sintamos orgullosos es la recuperación del pulso cívico perdido. Un reto que deberíamos empezar olvidándonos de esa complicidad perversa que tenemos con la decadencia del sistema. Solo entonces seremos dignos de cantar en la plaza pública el Gaudeamus Igitur.

EL AMOR EN PLURAL: Barcelona, nit d`estiu

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Anoche una película inesperada, pequeña, en la que no tenía puestas muchas expectativas, me sorprendió gratamente. La primera película de Dani de la Orden nos relata con frescura, sin grandes pretensiones, con una grata y cálida narración, seis historias de amor que se desarrollan en paralelo una misma noche en Barcelona. A través de ellas vamos haciendo un recorrido por lo que podrían ser los diferentes estadios del amor. Desde las timideces del primer beso al coste del olvido, pasando por la asunción de responsabilidades que implican ciertas consecuencias del amor o lo duro que es soportar un sentimiento que no llega a decirse del todo. 

Con la ayuda de un reparto de jóvenes actores, la mayoría de ellos para mí desconocidos, llenos de talento y frescura, la película nos plantea una mirada sobre las relaciones afectivas desde diferentes ángulos. Aunque hay historias más conseguidas que otras, las seis van urdiendo una trama en la que uno se va dando cuenta de lo complicado que es amar, sentirse amado y, además, conciliar ese milagro con las urgencias de la vida. Todo ello además en el escenario de una Barcelona muy bien fotografiada y en la que dan ganas de perderse no una sino más de una noche. 

La película tiene además el acierto de contar, sin grandes aspavientos ni moralinas, dos historias de amor no hetero. Una de ellas, la de los dos chicos jugadores de fútbol, con una fuerte carga de denuncia de la homofobia presente todavía en muchos ámbitos, como es el deportivo.  La otra, que sólo al final nos descubre que tiene como protagonistas a dos chicas, es interesante porque sirve para dejar al desnudo una masculinidad competitiva y patriarcal que acaba por los suelos ante la inteligencia de dos mujeres que se muestran más listas que ellos.

También hay espacio para esa historia de amor callado, imposible, o para la de un primer beso que es como lanzarse vestido a la piscina. A través de los seis relatos nos encontramos además con un retrato lúcido de cómo hombres y mujeres vivimos y reaccionamos ante el amor, el sexo, la pareja, el compromiso. En este sentido, es fantástica la historia de la joven pareja que se recibe la noticia de que van a ser padres, sobre todo por cómo reaccionan de manera tan distinta ella y él.  El amor y sus consecuencias. Las responsabilidades. La madurez. ¿El fin del amor?


La película se desarrolla la noche del 18 de agosto de 2013, cuando el cometa Rose atravesó el cielo de Barcelona. Apenas un instante que puede vivirse como algo mágico, irrepetible, fugaz. Quizás como el amor. Tan luminoso pero tan volátil. Tan escurridizo entre los pliegues de la vida cotidiana, en la que las cosas ni son tan mágicas ni saben de milagros. Amor, sexo, deseo, pasión, necesidad de tocarnos y besarnos, de abrazarnos y sabernos acompañados en ese instante en el que la magia puede saltar. Una noche. Quizás sólo en una noche. Tan diverso y plural como las muchas maneras de encontrarnos y reconocernos.

ítulo original: Barcelona Nit d´Estiu
Nacionalidad: Española
Año de producción: 2013
Género: Comedia Romántica

Director: Dani de la Orden
Producción: Playtime Movies, El Terrat, Sábado Películas

Actores: Álex Monner, Luis Fernández, Joan Dausà, Sara Espigul, Jan Cornet, Francesc Colomer, Míriam Planas, Pau Roca, Bárbara Santa-Cruz, Bernat Saumell, Claudia Vega, Cristian Valencia, Miki Esparbé, Alba Ribas, Mar del Hoyo, Marc García Coté, Peter Vives

Duración: 76'
Calificación: Autorizada para todos los públicos

Guión: Edu Sola, Eric Navarro, Dani González
Dirección de producción: Carles Cambres
Dirección de Fotografía: Ricard Canyellas
Dirección de Arte: Eva Calviño
Música Original: Joan Dausà
Montaje: Elena Ruiz, Alberto Gutiérrez
Sonido directo: Pau Xandri, Lalo Durán
Mezclas de sonido: Oriol Tarragó, Marc Bench
Diseño de sonido: Laura Díaz
Efectos Visuales: Laura Pedro
Productores: Bernat Saumell, Alberto Aranda, Jose Corbacho, Andreu Buenafuente, Kike Maíllo, Toni Carrizosa


LA VULNERABILIDAD MASCULINA

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BLOG MUJERES EL PAÍS, 7/10/2013

http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/10/la-vulnerabilidad-masculina.html

La gran familia española, la última película de Daniel Sánchez Arévalo, para mí la más floja de su corta pero interesante filmografía, reincide en la mirada que su cine plantea sobre las masculinidades. No sé si él es consciente de que en las historias que cuenta siempre hay presente una lúcida e intensa reflexión sobre el lugar de los varones en un mundo que progresivamente nos desconcierta y que nos hace cuestionarnos los roles que nos sirvieron para construir nuestra identidad. Algo que se veía con claridad en la estupenda Azul oscuro casi negro, con ese personaje interpretado por Quim Gutiérrez tan desubicado y convertido en un hombre “cuidador”, o en la peripecia sentimental de Primos, esos hombres a los que, en tono de comedia, veíamos enfrentados a sus incapacidades afectivas y a sus cobardías.
En su última película, Sánchez Arévalo vuelve a mostrarnos una interesante galería de personajes masculinos para, de paso, reflexionar sobre la familia e incluso sobre las esencias de un país que justo ahora vive un estado depresivo muy próximo al de algunos hombres que no acaban de encontrarse en los nuevos papeles que les va exigiendo la sociedad contemporánea. Esos posmachos desconcertados que diría Ricardo de Querol. Con el fútbol como telón de fondo, otra clave que nos remite a las metáforas que durante siglos han condicionado al hombre patriarcal, La gran familia española tiene la capacidad de conmovernos, de arañarnos algunas risas pero sobre todo bastantes emociones al final, entre otras cosas porque su director consigue una vez más colocarnos delante del espejo. Y dejarnos desnudos frente a nuestra miserias. Las de unos varones que, como esos hermanos de la película, no hemos sido educados para el fracaso, para el dolor o para el reconocimiento de nuestras fragilidades. A diferencia de las mujeres que, como bien muestran los personajes femeninos de la historia, parecen tener más herramientas para reinventarse y para sacarle partido a los obstáculos que la vida les ha ido poniendo por el camino.

Adán, Benjamín, Caleb, Daniel y Efraín nos muestran, cada uno con diferentes matices, la incapacidad que la mayoría de los hombres tenemos para comunicarnos afectiva y emocionalmente. Una incapacidad que en el mejor de los casos nos conduce a la soledad y en el peor al egoísmo cínico y cruel. Todos ellos, en diferente medida, y tal vez con la excepción de Benjamín (Antonio Álamo), que paradójicamente puede ser el hermano más inteligente desde el punto de vista emocional, son seres necesitados de mirarse por dentro, de asumirse con sus luces y sus sombras, de crecer de una vez por todas. De escapar al fin, alcanzando así la mayoría de edad, del mundo idílico de Siete novias para siete hermanos.
La gran familia española nos muestra una singular fratría de varones que destapan sus luces y sus sombras en una celebración, la boda del más pequeño de ellos, que se convierte en una especie de laboratorio en el que resulta fácil diseccionar cómo a partir de la familia patriarcal hemos ido definiendo roles, posiciones de poder y también vulnerabilidades. En esa explosión de afectos obligatorios y muchas mentiras que acaba siendo una boda, y que Sánchez Arévalo lleva al límite en la parte de comedia que me parece lo peor de la película, es fácil detectar las múltiples contradicciones que genera un modelo de convivencia y afectividad que durante tanto tiempo ha servido, al menos en apariencia, como modelo de felicidad y cobijo de nuestras inseguridades. Un sueño que se enlaza con el sueño del cine – esa familia imperfecta viendo la perfecta familia de Siete novias…- y que nos acaba demostrando que quizás sólo como farsa bien estudiada es posible su continuidad. Y que sólo con la suma inteligente de mentiras y verdades a medias es posible mantener un edificio cuya razón de ser tal vez acaba siendo no otra que nuestra incapacidad, singularmente masculina, para afrontar con valentía los retos que tienen que ver con el lado emocional que siempre nos hemos negado.
Los hombres que nos retrata Sánchez Arévalo arrastran consigo los pesados lastres de una masculinidad que, durante siglos, ha sido como un “imperativo categórico” que nos ha obligado a demostrarnos ante nosotros mismos y ante los demás que somos hombres de verdad. De ahí la derrota personal que supone el sentirse un fracasado, el no poder dar señales de triunfo y poder, el no saber digerir los errores y las sombras. Algo que vemos en el personaje de Adán (Antonio de la Torre), dibujado por su hija como un hombre deprimido y triste, sentado en el banquillo, esclavo de las pastillas y de su propia incapacidad para asumir que los errores deben servir para aprender y no para paralizarnos. Ese Adán expulsado del paraíso y que no sabe reconocerse ante el fracaso de las expectativas con las que él mismo construyo su identidad. Un hombre que, como tantos, encuentra muchas dificultades para resetear su disco duro, entre otras cosas porque siempre fue educado para ser un campeón.
De ahí también la tensión existente entre Daniel (Miquel Fernández) y Caleb (Quim Gutiérrez), hecha con el fuego lento de envidias, palabras no dichas y rivalidades no reconocidas. Una tensión que es fácil que acabe a puñetazos y en la que jugará un papel decisivo la poca habilidad que ambos tienen para gestionar los sentimientos. Los de un Caleb que necesita huir para asumir la verdad de su familia como también los de un Daniel que desea convertirse en el que no es porque cree que sólo así podrá ser feliz. En definitiva los dos, cada uno de distinta manera, han estado escapando de la imagen que el espejo les ofrecía de sí mismos.
Quizás Efraín (Patrick Criado), el más joven de los hermanos, represente si no el “hombre nuevo”, sí al menos el que empieza a construirse sobre otras coordenadas. Aunque no estoy seguro de que el sentirse como parte de una generación que ya no se queda en cuartos sino que es capaz de llegar a la final, lo cual por otra parte parece de momento sólo ser posible en el mundo del fútbol, represente también vivir la masculinidad de una manera no tan heroica como lo han hecho sus hermanos. Ahora bien, que sea capaz de reconocer sus dudas, sus miedos, sus inseguridades, incluso la complejidad de sus deseos, nos pone sobre la pista que otro modelo de varón es posible. Y me gustaría pensar que, con él, también, otro modelo de relaciones afectivas y sexuales, de convivencia, de familia conjugada en plural y no sometida los cánones de la heteropatriarcal.
Me gustaría pensar que “la muerte del padre” puede suponer para esos cinco hombres imperfectos el inicio de otra manera de entenderse a sí mismos y de disfrutar las relaciones entre ellos y con los demás. Porque, y esa sería la vuelta de tuerca que no sé si Sánchez Arévalo se atrevería a dar, ya que hay en su película un cierto tufillo conservador en este sentido, uno de los secretos para asumir nuestras fragilidades y acostumbrarnos a vivir con ellas radica en la erosión de ese paraguas que durante siglos intentó salvarnos de la lluvia. Un paraguas que ha llegado al siglo XXI muy agujereado y que, por tanto, de poco nos sirve ante el chaparrón que está suponiendo un mundo en el que mujeres y hombres nos vemos obligados a redefinir los términos del contrato.
Esa sería la conclusión que La gran familia española nos dejaría al final a todos los que estamos convencidos de que es necesario reinventar un modelo de convivencia basado, en la mayoría de las ocasiones, en la jerarquía y en las verdades a medias, lo cual pasa de manera urgente por pensar en unas masculinidades que ya no se definan necesariamente por el éxito y el ejercicio del poder. Lo cual, a su vez, supone entender que es nuestra vulnerabilidad la que nos reclama a gritos el afecto de los demás.

HANNAH ARENDT: ENTENDER AL HOMBRE, AMAR AL AMIGO

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En estos tiempos de mediocridad intelectual y de imperio de conceptos líquidos, constituye una agradable y reconfortante sorpresa encontrarse con una película tan necesaria como la última de Margarethe von Trotta. En ella, la cineasta alemana no hace una biografía de Hannah Arendt, sin duda una de las mentes más brillantes del siglo XX y uno de los personajes con una trayectoria más sugerente desde el punto de vista narrativo, sino que se detiene en la cobertura que la filósofa hizo del juicio al nazi Adolf Eichmann. Lo que en un principio iban a ser sólo unas crónicas para el New Yorker se acabaron convirtiendo en el origen de una de sus más célebres y controvertidas creaciones: "La banalización del mal". Sus tesis, que provocaron una reacción brutal que la llevaron a catalogarla de anti-judía y justificadora del nazismo, no planteaban otra cosa que la consideración de ese individuo que estaba siendo juzgado como pieza de una terrible maquinaria. No como la encarnación del diablo, del mal absoluto, sino como sujeto incluso sin capacidad para asumir los efectos que implicaba su participación en una espiral de terror.

Lo más relevante de la posición de Arendt, y que la película retrata de manera pulcra, y con la ayuda de la magnífica interpretación de Barbara Sukowa, es su intento de entender la realidad, de analizar desde la razón los fenómenos y desvincularlos de una mirada febril y parcialmente falseadora de los hechos. Es decir, Hannah Arendt nos está mostrando cual es el camino del filósofo  e incluso del hombre en cuanto ser dotado de razón: el enfoque diseccionador que permite deslindar la responsabilidad individual de la colectiva, el predominio de la inteligencia sobre las pasiones colectivas, la búsqueda de la verdad y de la justicia por encima del deseo de venganza. De esta manera, y como bien nos muestra la película, es como es posible construir la Humanidad en un sentido ilustrado. Porque eso es lo que fundamentalmente fue la pensadora alemana: una mujer humanista, ilustrada, ... y valiente, por supuesto, muy valiente. Una mujer de principios y no de ideologías.

Y, desde esa posición ilustrada, la segunda enseñanza. Como bien dice en un momento de la película, que tiene un prodigioso guión, Hannah Arendt no podía amar al pueblo judío, como no podía amar ningún pueblo, o nación, o ente colectivo. Ella sólo amaba a sus amigos. Ésta es sin duda la otra propuesta filosófica radical y, a mi parecer, tan necesaria aún en el momento presente. El sentido individual de la libertad y la dignidad frente a las emociones colectivos y los sentimientos tribales. La fuerza de la justicia entendida como reparación y condena de las actuaciones del que se salta las normas y no como venganza del colectivo frente a las ideas o acciones de otro colectivo demoníaco. Un entendimiento por tanto del Derecho anclado en la fuerza ordenadora, y entendedora, de la razón y en el freno que representa frente al poder  de todo tipo - incluido el que genera la mayoría dominante. La capacidad de comprender y entender frente a la "tiranía de la mayoría" y frente a una concepción de la justicia más cercana al castigo que a la ordenación de la convivencia sobre el escrupuloso respeto de los derechos fundamentales. 

Todos esos matices, que más nos valdría asumir en este siglo XXI en el que continúan las barbaries y la falta de entendimiento, confluyen en un personaje admirable. En una mujer que fue decidida, valiente, autónoma, luminosa. La que da toda una lección, de la que también deberíamos tomar buena nota, cuando en la universidad le piden que deje de dar clases en una reunión con sus colegas de departamento y ella responde que dará explicaciones pero no allí, sino ante su alumnado. Y así lo hace, tal y como refleja uno de los momentos más potentes de la película. Un referente del que deberíamos aprender todos los que estamos en una universidad que se parece más a las reacciones que en su día provocó la Arendt que al estilo de pensamiento que ésta hizo visible con su mismo compromiso docente. Por todo ello, sobran las razones para afirmar que esta película debería ser de visión obligatoria en todas las aulas universitarias y, muy especialmente, en las sesiones de los Consejos de Departamento en los que "entender" y "comprender" son verbos escasamente conjugados.

Sobre la película y el pensamiento de Hannah Arendt, he encontrado dos reflexiones magníficas, cuya lectura recomiendo:
* El artículo de Javier Cercas, "Una mujer valiente", publicado en EL PAÍS hace unas semanas:
http://elpais.com/elpais/2013/09/26/eps/1380197154_582780.html
* La entrada en el blog de Santiago Navajas Cine y Política titulado "Hannah Arendt: la judía que no amaba al pueblo judío":
http://cineypolitica.blogspot.com.es/2013/07/hannah-arendt-la-judia-que-no-amaba-al.html








LEER, SER, EDUCAR

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Las fronteras indecisas, 14-10-2013
Diario CÓRDOBA


En los últimos años no he necesitado fijarme en las pésimas conclusiones que arrojan los informes internacionales para constatar el deterioro creciente de nuestro sistema educativo. Me ha bastado con observar al alumnado que llega a mis clases para comprobar como cada año que pasa sus niveles de comprensión lectora, su capacidad de argumentación o, simplemente, sus conocimientos de eso que de manera muy cursi se llamaba antes "cultura general", iban cayendo en picado. Por eso no deja de sorprenderme el discurso que lo califica como la generación mejor preparada de nuestra historia. Puede que así sea si la comparamos con las que crecieron en un contexto de analfabetismo generalizado, pero creo que deberíamos de plantear para qué y de qué manera son los mejor preparados. Porque puede ser que hayan adquirido más saberes instrumentales que nunca, que tengas carpetas enteras de certificados y títulos, pero me temo que nos hemos equivocado en el propósito de ejercitar sus cabezas en el dolor de la lucidez y de formarlos cívicamente en la ardua tarea de ser sujetos autónomos y responsables. De ahí unos resultados de los que obviamente ellos y ellas no son los culpables, ya que son las víctimas de los errores cometidos por las generación de unos padres y unas madres que nunca se tomaron la educación en serio.
La responsabilidad es mayor lógicamente en el caso de unos representantes que han usado el sistema educativo como arma arrojadiza y que han carecido de la generosidad necesaria para convertirlo en asunto de Estado. Un asunto que debería presente la todavía necesaria dignificación social y económica de los maestros y las maestras, así como un diseño estructural y curricular con vocación de permanencia, anclado más en los saberes clásicos y en los valores constitucionales que en las ocurrencias de pedagogos habitualmente cómplices de las veleidades de los políticos.
Pero, al mismo tiempo, no podemos negar la responsabilidad de toda una sociedad que, anestesiada por los tiempos de bonanza, ha hecho en gran medida dejación de sus obligaciones educadoras y ha dejado que los jóvenes se malcríen en los valores neoliberales del laissez faire, laissez passer. Algo que sin duda ha contribuido sobremanera a que nuestros jóvenes están más preocupados por el tener que por el ser, por los monólogos que por los diálogos, por la comunicación líquida y banal más que por la reflexión honda. En este contexto pues a nadie nos debería extrañar que ellos y ellas lean poco o que carezcan de sólidos compromisos políticos. Habría que preguntarse si sus padres y madres leen habitualmente o si han mirado más allá de la consecución de bienes materiales como paradigma del éxito personal.
Por lo tanto, no es exagerado afirmar que uno de los mayores fracasos de nuestra democracia ha sido el de la débil garantía de un derecho fundamental como el de la educación sin el que los ciudadanos están condenados a no superar el estatus de súbditos. Los bajos índices de comprensión lectora son, en definitiva, la gran metáfora de la escasa calidad democrática de una sociedad necesitada de más y mejor educación para la ciudadanía. Si el ideal de una democracia es que se convierta en una república de lectores, la nuestra dista mucho de ser un espacio político habitado por hombres y mujeres amantes de las palabras. Sin estas las conversaciones no son posibles y el pensamiento carece de sustancia. Y sin las armas que proporciona el pensamiento libre y reflexivo, estamos condenados a ser marionetas en manos de unos representantes que llevan tres décadas usando el sistema educativo como botín de guerra y no como el alimento que debería nutrir a un Estado que quiera ser digno de los adjetivos social y democrático de Derecho. Un proceso en el que la LOMCE, usando un símil taurino tan del gusto de Wert, pone una nueva banderilla sobre el malherido derecho a la educación.

EL ROSTRO DE WADJDA

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"Espero haber hecho una película que sea cercana  la vida de las mujeres saudíes y que les inspire y les de fuerza para enfrentarse a la complicada situación social y política que viven. Aunque sea difícil desmontar unas tradiciones tan arraigadas, en las que se les niega a las mujeres una existencia digna - sobre todo porque las tradiciones se mezclan con interpretaciones religiosas - es un propósito por el que vale la pena luchar".
Haifaa Al Mansour, directora y  guionista

El rostro de Wadjda, un niña de diez años que se encuentra prisionera en la jaula de una sociedad ferozmente patriarcal como es la de Arabia Saudí, nos lo explica todo. Su rostro que se rebela contra el velo, que necesita mirar de frente, que no quiere esconderse ante los hombres, que forma parte de su identidad y sin el cual ella no sería más que una negra sombra.

El rostro de Wadjda nos va contando sus emociones, sus dolores, el desgarro que le provoca estar en una cárcel y la ilusión con la que mira y desea el vehículo de su libertad: una bicicleta verde. 

El rostro de Wadjda mira también el de su madre,  se interroga sin hablar cuando la siente igualmente esclava de un marido que dicta las reglas y la repudia, se enfada cuando comprueba como su madre parece incapaz de alzar el vuelo, de quitarse el velo, de dejar abierto el Corán para que lo toque el demonio.

El rostro de Wadjda se rebela cuando las reglas del sistema echan por tierra sus ilusiones, cuando mira a sus compañeras y se siente una "idéntica", cuando recibe la reprobación de su maestra que insistentemente le recuerda que ella debe ser, como buena mujer y devota, y como diría Rousseau, "casta guardiana de las costumbres". Ella parece no amedrentarse ante las dificultades porque quizás ha comprendido que en sus manos está plantarle cara al destino que los hombres han escrito en su nombre. 

A través del rostro de esta niña saudí, y de una peripecia pequeña pero que se convierte en grande por la fuerza emocional y narrativa con la que nos la cuenta Haifaa Al Mansour, descubrimos el lugar de las mujeres en un contexto social y cultural que sigue marcado por las más brutales leyes del patriarcado. Con la alianza de una interpretación fundamentalista de la religión, la sociedad en la que vive Wadjda la condena a ser un objeto, carente de subjetividad, sometida a un código moral mucho más restrictivo y humillante que el que se aplica a los varones. En las afueras de lo que en pleno siglo XXI, y al menos en algunas partes del planeta, entendemos como dignidad, que no es otra cosa que el espacio de autonomía que ha de permitir a cualquier individuo, hombre o mujer, ejercer sus derechos y libertades. Incluido el derecho a equivocarse, el derecho a ser malo o mala y , por supuesto, el derecho a desobedecer las normas heredadas. 


Me gustaría quedarme con ese final esperanzado en el que, dentro de los estrechos márgenes que el patriarca les permite, Wadjda y su madre se reencuentran y se reconocen en el ansia de romper las cadenas. De manera mucho más limitada en el caso de la madre, que tal vez lo único que pueda es cortarse el pelo largo que tanto gustaba al marido que la abandona por otra que pueda darle un hijo varón y abrirle las puertas a su hija, y de manera más contundente en las piernas de Wadjda que parecen conducirla a una promesa de libertad. Tal vez la que debe prender como llama en las mujeres más jóvenes que en un espacio como Arabia Saudí necesitan de una revolución urgente. La que Haifaa Al Mansour, una mujer que ha logrado hacer una película cuando todo lo tenía en contra y que además lo ha hecho con un pulso que ya quisieran para sí muchos directores consagrados, puede representar de la mano de esta historia que duele y que alimenta la militancia de quienes nos rebelamos contra todo tipo de grilletes. Los que frente a un relato como éste no podemos sino asumir que el feminismo continúa siendo la revolución pacífica y emancipadora sin la que no será posible sacar de la jaula a la mitad que continúa encerrada en ella.






IGUALES PERO DIFERENTES

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Hablando de masculinidades...

En el programa IGUALES PERO DIFERENTES de la Unidad de Igualdad de la Universidad Miguel Hernández de Elche y que fue emitido el viernes 25 de octubre de 2013 por la radio de dicha Universidad.
Aquí dejo el audio:
http://radio.umh.es/files/2013/10/251013-Programa-IGUALDAD.mp3



Fotografía: Nueva vida, de Alex Francés.

LAS REGLAS DEL JUEGO

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Las fronteras indecisas
Diario CÓRDOBA, 28-X-2013


En este país hace falta mucha, muchísima diría yo, pedagogía democrática. Lo han vuelto a poner de manifiesto las reacciones que en estos días se han venido sucediendo a la sentencia del TEDH sobre la doctrina Parot. De nuevo la sociedad española se ha dejado llevar más por las vísceras que por la razón y ha vuelto a sucumbir al frentismo que sigue deteriorando sin remedio nuestra convivencia. Con la ayuda inestimable de unos medios más preocupados por echar leña al fuego del "blanco o negro" que por informar, y de una clase política que sigue dando muestras de su escasa altura ética, hemos vuelto a la simplificación de los mensajes, a la radicalidad de las pasiones y, lo que es más grave, parece que hubiéramos olvidado las reglas del juego en virtud de las cuales organizamos nuestra convivencia pacíficamente.
El Derecho, no deberíamos olvidarlo, es un instrumento racional que nos sirve para equilibrar libertad y seguridad, así como para proteger al individuo frente al poder. De ahí que responda a unos principios que no solo fundamentan todo nuestro sistema jurídico sino que también sirven para garantizar a todos, y muy especialmente a los más débiles, que las maquinarias del poder no se saldrán de las vías que hemos consensuado entre todos. Esos principios son especialmente rígidos y firmes en el ámbito penal, ya que es éste el que de manera más brutal puede incidir en nuestro régimen de libertades. De ahí por ejemplo la vigencia tan estricta del principio de legalidad penal o de la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables.
La sentencia del TEDH, que no ha tumbado la doctrina Parot sino su aplicación retroactiva, no ha hecho otra cosa que aplicar dichos principios. En este sentido, su argumentación jurídica es impecable y su fallo el que muchos esperábamos de una instancia encargada de controlar que los Estados cumplan las normas a las que se hallan sujetos. En este caso, las que consagra el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Unas normas que en un Estado de Derecho se nos aplican a todos por igual, incluidos individuos tan moralmente condenables como los delincuentes pero que continúan siendo, a efectos jurídicos, ciudadanos con un serie de derechos fundamentales reconocidos y otros limitados en su caso como consecuencia de la condena. Por ello, la decisión de Estrasburgo supone, aunque cueste admitirlo, el reconocimiento de los derechos individuales frente al poder. De ahí que sobren la demonización del Tribunal o la culpabilización de López Guerra, como también deberían sobrar las llamadas a la venganza o a encender la llama de unas pasiones que un Estado de Derecho debe domar mediante las bridas jurídicas. Puestos a buscar culpables, algo que parece gustar tanto en la inquisitorial --y judeo-cristiana-- sociedad española, deberíamos señalar a los políticos y gobernantes que durante décadas no ajustaron el ordenamiento, o a los que posteriormente alentaron a los jueces para que corrigieran su cobardía con una chapuza. La que les llevó a inaplicar la ley vigente en nombre de un ejercicio de justicia que, en un Estado de Derecho, no debería estar sometida al vaivén de los clamores sociales.
Dicho lo anterior, he de reconocer que en estos días he contemplado con especial preocupación las reacciones de algunos alumnos en las redes sociales. Me he sentido fracasado como profesor y como parte de una sociedad que no ha interiorizado las reglas del juego y los principios que, siendo perfectibles, tratan de ordenar nuestros vicios y miserias. Y que ha olvidado que solo desde la razón ordenadora deberían marcarse los límites, y que el fin del Derecho no puede ser la venganza sino la administración de justicia conforme a unas pautas constitucionalmente garantizadas. Ese patrimonio común que, a pesar de sus debilidades, es el que nos salva de la barbarie.

DEMOCRACIA: Tras el rastro de versos y libélulas

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"Pero Marco no permitirá eso, Marco se aferrará a ella, la protegerá de la Democracia y del Estado de Bienestar".


Este párrafo, que encierra un mensaje que puede sobresaltar a quien no haya leído la novela, es uno de los últimos que el lector encontrará en una de las historias más potentes, incisivas y reveladoras que he leído en los últimos meses. Esas palabras nos revelan la honda mirada que sobre la realidad social y política de este mundo en crisis realiza el autor, algo no muy habitual entre los escritores españoles contemporáneos. A través de la historia de Marco, que es despedido de su trabajo en septiembre de 2008 el mismo día que cae Lehman Brothers, Pablo Gutiérrez disecciona con un puñal afilado, poético en  muchas ocasiones, hiriente y lúcido siempre, las aristas del contexto que nos ha tocado sufrir. El de una crisis que no es sólo económica, sino también política, ética. La que incluso viene a dotar cada día de mayor contenido la durísima sentencia de Schonpenhauer que se recoge en uno de los capítulos: "El Estado no es más que el bozal que tiene por objeto volver inofensivo a ese animal carnicero, el hombre,  y hacer que tenga el aspecto de un hervíboro".


Pablo Gutiérrez no deja títere con cabeza. Su puñal va diseccionando todos los rincones de un modelo social, político y económico que cada día nos hace más vulnerables, que nos deja indefensos frente a los poderes invisibles, que nos retrotrae al homo hominis lupus que quizás solo habíamos enclaustrado en una jaula con barrotes de plástico. La peripecia de Marco, que acaba siendo una especie de náufrago en una ciudad que lo ha hecho invisible, refleja en su aliento de anti-héroe todas las miserias pero también todas las potencialidades que el ser humano encierra. Marco es una víctima anónima del sistema, como tantas otras, pero también se convierte en un héroe no reconocido, en un eslabón al que le falta encontrar una cadena firme, en una especie de gigante imaginado por Swift. 

DEMOCRACIA es una novela que deja al descubierto todas las ficciones de un siglo que, paradójicamente, pensamos que era el del triunfo de un régimen de libertades que nos protegería siempre del infortunio. Pablo Gutiérrez pone diferentes rostros a la crisis, a los que la han provocado y a los que la sufren, e imagina una especie de anarquía poética, una utopía en medio del fango, una revolución que parece condenada a vivir en los suburbios o en los sótanos abandonados. Un futuro que tiene nombre y cuerpo de Niña. La promesa de una Ciudad Nueva. "Las cuadrillas de limpieza usan cloro y disolvente, Marco y la Niña usan tiempo y nadaquehacer, el combate es desigual". 

La ambición, el trabajo, los "sentimientos del siglo XX", la realización personal construida sobre las renuncias, el fundamentalismo del mercado, George Soros y su paradójica cruzada antisistema, la sociedad abierta de Popper, las ansiedades, la libertad y la igualdad formales, los vagabundos, Marco en busca de su mamá, los versos que ya no cuentan, dónde quedó Rubén Darío, la usura y la Biblia. "Si tu hermano se queda en la miseria y no tiene con qué pagarte, tú lo sostendrás como si fuese un extranjero o un huésped, y él vivirá junto a ti. No le exijas ninguna clase de interés: teme a tu Dios y deja que viva en tu casa" (Levítico).  Un río de aguas turbias que mancha de fango los derechos humanos y que nos deja como a Marco, perdidos entre la anarquía que grita contra todo y la necesidad de buscar un futuro en otro sistema. No en esta democracia, no en este estado de bienestar. No bajo el paraguas de unos regímenes políticos que han claudicado ante los especuladores y que ni siquiera son ahora capaces de sostener el discurso mesiánico de las libertades. Una utopía de "versos en la parada de autobús, bandadas de Macromaquia en la cúpula de la caja de ahorros, libélulas dibujadas en el fénix de la compañía de seguros". 

Me quedo con ese posible futuro que anuncian las últimas páginas del libro:  Marco y la Niña se quieren. En ellas atisbo una pequeña puerta por la que escapar del Nuevo Orden Mundial, en el que "los hombres y las mujeres de la nueva estirpe ya no se llamarán hombres y mujeres sino soros y willards, la humanidad dejará de ser Humanidad, la economía se convertirá en teología". Es posible pues ponerle fin al docudrama. Pablo Gutiérrez lo hace en su magnífica novela, en su desgarradora y poética novela. A través de unas páginas que nos dan múltiples bofetadas pero que también nos invitan a seguir el rastro de los versos y las libélulas. 

Entrada publicada en THE HUFFINGTON POST:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/democracia-tras-el-rastro_b_4212664.html?utm_hp_ref=spain

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